Módulo 11: Socioemocional

Socioemocional

Socioemocional

Autores:

Annette López de Méndez
María de los Ángeles Agrinsoni de Olivo
Wanda Figueroa Fuentes
Rafael Ortiz López
Germie Corujo Martínez

Introducción

Annette López de Méndez, Ed.D.
Directora Proyecto ALCANZA

Para crecer bien, es de suma importancia atender los aspectos físico, cognitivo y emocional de los niños. Conscientes de que cada uno de estos elementos incide en otro, y que cuando atendemos uno de ellos influenciamos, por ende, algún otro, hemos querido tratar el desarrollo emocional como tema central de este módulo. De igual manera, esta decisión también se debe a que, muchas veces, olvidamos lo íntimamente relacionadas en que están las emociones al aprendizaje cognitivo y social.   Para aprender hay que ser amado y saber amar, hay que disfrutar y gozar, hay que saber solucionar los conflictos que enfrentamos ante la vida y crecer con cada una de las experiencias vividas.

Este módulo, que se centra en el desarrollo socioemocional como vía para transformar las prácticas educativas, va dedicado a las familias y a los educadores, con el propósito de ofrecerles una oportunidad para reflexionar sobre la importancia de establecer vínculos afectivos entre el adulto y los niños. Los preescolares que desarrollan vínculos de apego a su familia y sus maestros crecerán con un sentido de confianza, autonomía, iniciativa, competencia e identidad, lo que les brindará la oportunidad de sentirse seguros de sí mismos, establecer amigos y ser capaces de hacer lo correcto. Son estos elementos los que nos abren el camino hacia convertirnos en ciudadanos aptos de aportar, por medio de nuestro trabajo, a crear un mundo justo y alcanzar la felicidad.

Para comprender la importancia del desarrollo socioemocional, se han incluido cinco escritos que tratan varios temas, como lo son: las teorías del desarrollo socioemocional, el ambiente de aprendizaje y sus implicaciones para el desarrollo socioemocional, la neurociencia y las emociones, las relaciones socioemocionales y los lazos duraderos, la inteligencia emocional y la importancia de la familia. En cada uno de estos artículos, se discuten tanto aspectos teóricos como prácticos, de manera que el lector pueda adquirir unos conocimientos básicos que le permitan reflexionar y extrapolar para examinar y proponer sugerencias con respecto a actividades cotidianas que promuevan el desarrollo socioemocional en la niñez temprana.

Estamos sumamente agradecidos por el apoyo que la Fundación Ángel Ramos ofrece por medio de la Iniciativa Preescolar al Proyecto ALCANZA. Este año hemos logrado preparar este módulo, que sabemos nos ayudará a cumplir con la meta de ofrecer un programa de desarrollo profesional dirigido a promover las prácticas apropiadas para atender la niñez y lograr un servicio de calidad. Les invitamos a disfrutar de estos escritos y a contribuir con su práctica a forjar niños felices, capaces de amar y ser amados, y así contribuir a un mejor Puerto Rico.

El desarrollo socioemocional: Esencial para alcanzar la felicidad

Annette López de Méndez, Ed.D.

Introducción

Todos sentimos y tenemos emociones. Nos reímos cuando estamos contentos, lloramos cuando nos sentimos tristes, nos da ansiedad y temor cuando estamos asustados; de igual forma, nos sentimos amados cuando estamos protegidos por un ser querido. Las emociones son sentimientos o afectos que se producen cuando una persona está en cierto estado o en interacción con otros que es importante para él o ella, especialmente si la relación es positiva y nos produce un bienestar (Santrock, 2015).

Abuela con niña en brazosTanto los aspectos biológicos, como las experiencias que vamos acumulando del ambiente y que son producto de las relaciones que tenemos con los demás, afectan nuestras emociones. Los niños nacen con la capacidad emocional, por ello conocemos que ciertas áreas del cerebro, como el hipocampo y las amígdalas, juegan un papel importante en la forma en que expresamos las emociones, ya sea si nos sentimos entusiasmados o frustrados y enojados (Kagan, 2013). Por esto es natural que los infantes se rían y muestren gran emoción cuando ven a su mamá o papá, y lloren con gran enojo cuando éstos no los atienden.

Nuestras expresiones y emociones también se afectan y se modifican a lo largo de la vida por medio de las relaciones que vamos cultivando con otras personas y lo que aprendemos de nuestra cultura. Las vivencias que recogemos y acumulamos del ambiente producen una gama de respuestas o reacciones ante lo que experimentamos y expresamos emocionalmente. Por ende, el desarrollo emocional y la manera en que aprendemos a sobrellevar el estrés están influenciados por la manera en que somos criados y el carácter de las personas que nos cuidan. Por ejemplo, los niños que son queridos y bien atendidos acumularán experiencias placenteras que les ayudarán a forjar un buen carácter y expresar sus emociones de forma positiva. Por el contrario, aquellos que son maltratados o criados por personas que padecen algún trastorno mental, como la depresión, o que tienen un carácter difícil influirán de manera negativa en la formación del carácter de esos niños. Esto, a su vez, puede repercutir en un bajo nivel de tolerancia en esos individuos al enfrentar y sobrellevar situaciones difíciles o de estrés. Por lo tanto, para promover un buen carácter, se recomienda que cuando los infantes presenten algún tipo de estrés, como puede ser la ansiedad y el llanto al separarse de su madre, sean arrullados y atendidos por cuidadoras sensibles, que les expresen amor y “les busquen la vuelta” para darles tranquilidad y seguridad.

Igualmente, las emociones pueden ser mediadas por la cultura. Cada pueblo o grupo de personas tienen su forma de favorecer unas conductas sobre otras. En Puerto Rico, al igual que en otros países, en ocasiones se favorece y se asocia al varón con una visión de fuerza, por lo que se les dice a los chiquitines: “los niños no lloran”. Esta visión influye en el carácter del niño y hace que el varón se sienta débil en momentos en que necesita y desea expresar su tristeza por medio del llanto. Estas conductas transmitidas por la cultura deben ser clarificadas de inmediato a los niños, de manera que entiendan que no importa el género, tú, como ser humano, tienes emociones y tienes derecho a expresarlas. Llorar no es muestra de debilidad; por el contrario, es muestra de sensibilidad.

Las emociones permiten al niño comunicarse con otros y regular su conducta. Los infantes se comunican con los adultos a través de ellas. Sus llantos y sonrisas son el medio para expresar y el lenguaje para comunicar lo que sienten. Su sonrisa reflejará alegría y satisfacción, y nos comunicará su estado de confort y gozo. Mientras que su llanto nos indicará su incomodidad, dolor, coraje, tristeza y miedos. No debemos olvidar lo importante que es entender el llanto y las sonrisas de los niños. Este es su medio de comunicación para decirnos lo que sienten. Si las entendemos, podremos comprenderlos, ofrecerles un cuidado apropiado y fomentar su bienestar.

También los infantes aprenden a regular la conducta al experimentar las respuestas sociales y adaptativas, que son producto de las interacciones entre el infante y las demás personas. Los niños pueden sentir y aprender emociones positivas al interactuar con los demás. Cuando el cuidador mira al infante y le responde con un habla suave o lo arrulla, éste se siente querido y aprende a amar; igualmente, aprende a responder a otros de la misma manera. Por el contrario, cuando el cuidador atiende al niño pobremente, por ejemplo dejándole llorar sin atenderle, se emergerán emociones negativas en el niño, como la ansiedad, el coraje, la tristeza y la culpa. De esta manera, le enseñará a responder a otras personas con conductas antisociales, como la indiferencia y la agresividad.

Los cuidadores sensibles a las necesidades de los niños los atienden con prontitud y les confortan cuando lloran o expresan señales de estrés. Esta pronta y positiva respuesta desarrolla en los niños un sentido de confianza y un apego positivo hacia el adulto que los cuida. Igualmente, en la medida que el adulto interacciona y les ofrece experiencias positivas, como el hablarles cuando ven que sonríen, les modelará una conducta prosocial y formas de regular la conducta que promueven su bienestar.

El adulto es responsable de darle un cuidado apropiado al niño. En todo momento, deberá estar atento a las emociones del niño y responder con prontitud y de forma positiva.

Uno de los miedos que los infantes desarrollan en el primer año de vida es la ansiedad frente a los ambientes desconocidos y por la separación de su madre o cuidador. El infante expresa miedo y ansiedad frente a estos dos eventos mediante el llanto, una forma de protestar o de comunicarle al adulto que “no entiende lo que está pasando”, o de “pedirle una explicación del por qué las cosas son diferentes ahora”. Los cuidadores deberán darle tiempo al niño durante los primeros días en que lo cuida para que se adapte a su entorno, permitiendo a los padres estar con ellos mientras se acostumbran y familiarizan con el nuevo ambiente. A algunos niños les tomará más tiempo habituarse que a otros, pero es importante que los padres colaboren en este proceso de adaptación. Hablar y cantarles suavemente, dejar que traigan sus objetos de casa y pasar de tiempos cortos a periodos de tiempo de cuido más largos ayudarán a que los niños se sientan más seguros y harán que la transición sea gradual y fluida.

El temperamento

Seguro que has escuchado o te has referido a alguna persona como “el alma de la fiesta”, “la chica alegre” o “el chico impulsivo o fuerte”. Todas estas expresiones se refieren al temperamento, pues son características individuales que se reflejan en los estilos de conducta, las emociones y las formas de responder de unas personas hacia otras. El temperamento nos define como persona, ya que se refiere a la rapidez con que respondemos emocionalmente hacia los eventos y las relaciones con los demás. Igualmente, se refiere a cuán intensa es esa respuesta, cuánto tiempo dura y cuán rápido desaparece. Por eso podemos tener niños que son “tranquilos”, “inquietos”, “felices” o “llorones”, ya que cada uno expresa sus emociones de una manera en particular.

Dos elementos influencian las diferencias que observamos en el temperamento de las personas: (1) las características biológicas, que son transmitidas a través de la genética o la herencia, y (2) las experiencias del ambiente, que van modificando, a lo largo del tiempo, el temperamento de las personas. Debido a esto, el carácter de un niño puede cambiar y transformarse. Los cuidadores que les ofrecen apoyo a los niños propician que estos puedan adaptarse positivamente al ambiente, desarrollen tranquilidad, calma y persistencia. Así contrubuirán a que estos desarrollen un carácter flexible, o “buen temperamento”.

Debido a que el temperamento de cada niño es diferente, puede que caigamos en la trampa de clasificar a los niños en difíciles o fáciles de carácter. Es común que las personas tiendan a categorizar como difíciles a los que reaccionan negativamente hacia los demás, que lloran con frecuencia, que se les hace difícil seguir las instrucciones o la rutina diaria, que se frustran y se enojan con facilidad. Sin embargo, el cuidador debe asumir una posición reactiva y considerar los elementos presentes en el contexto que causan en el niño esas conductas. Examinar y evaluar las circunstancias y el clima en el centro ayudará a que el cuidador pueda hacer ajustes en el ambiente y ayudar al niño a adaptarse al mismo.

Los ambientes que promueven tranquilidad en los niños suelen ser sencillos y llevan un ritmo de trabajo sosegado, son estéticos y bonitos, ordenados y proveen contacto con la naturaleza y los animales. Por el contrario, los ambientes que irritan a los niños son ruidosos, carecen de estructura o son demasiado rígidos, confusos y exageradamente cargados de materiales u objetos. Siempre que un niño entra a un nuevo ambiente le causará ansiedad; pero, si el ambiente no es el más adecuado, la clave estará en que el cuidador haga los ajustes necesarios a su salón o centro, provea los apoyos y el tiempo al niño para que se pueda adaptar.

Para llevar a cabo un proceso de transición apropiado del hogar al centro de cuido, se recomienda que el cuidador: (1) sea sensible a las características individuales y responda con prontitud a la conducta y las necesidades de los niños; (2) sea flexible al responder, haga ajustes en el salón, sepa esperar y dar el tiempo que necesite el niño para adaptarse a un nuevo ambiente; (3) evite categorizar a los niños de forma negativa, ya que estas acciones predisponen a las otras personas y la forma en que éstos reaccionan hacia el niño.

Un buen cuidador entiende y acepta que cada niño tiene un temperamento diferente; por lo tanto, responde de manera diferente a cada sonrisa, a cada llanto, a cada pedido de los niños.

Son muchas y variadas las exigencias culturales que el niño debe afrontar y que afectarán su temperamento. Por ejemplo, dependiendo del género del niño, puede que los padres reaccionen de manera diferente: habrá madres que respondan con mayor rapidez al llanto de las niñas que al de los varones. Igualmente, hay culturas que favorecen ciertas características del temperamento sobre otras. En el caso de los puertorriqueños, tendemos a favorecer las relaciones positivas y cariñosas con los niños, mientras que en otras culturas favorecen y les exigen a los niños, desde temprana edad, ser independientes del adulto.   Por lo tanto, es importante entender el ajuste que existe entre el temperamento del niño y las exigencias del ambiente para proporcionarle los apoyos y experiencias positivas.

Las etapas del desarrollo de la personalidad

Las emociones y el temperamento son aspectos fundamentales de la personalidad.  La teoría de Erick Erickson (1968) explica las características centrales del desarrollo de la personalidad desde la infancia hasta la vejez.   Establece que todos los seres humanos pasan por unas etapas universales, claramente diferenciadas, que nos llevan a desarrollar la personalidad. Durante cada una de esas ocho etapas que se dan a lo largo de la vida, comenzando en el nacimiento y terminando en la vejez, el ser humano enfrentará un conflicto, que puede que lo resuelva o no. Sin embargo, las competencias que el ser humano adquiere del proceso de solucionar un problema en una etapa, determinará su capacidad para solucionar el conflicto que enfrentará en la próxima.   Erickson dividió el desarrollo de la personalidad en ocho etapas, que se suceden en secuencia. Estas se caracterizan por la solución de los siguientes conflictos:

  1. Confianza frente a la desconfianza (0 hasta 1 año o 18 meses). Este es el primer conflicto que el ser humano confronta y que debe resolver. Para solucionar esta etapa los infantes deben crecer en ambientes que respondan de forma positiva a sus necesidades. Así aprenden a confiar en el mundo. Si, por el contrario, el infante es cuidado por personas que no son sensibles a sus necesidades, el niño crecerá con un alto grado de desconfianza, y el desarrollo de las próximas etapas se verá afectado negativamente.
  2. Autonomía frente a la vergüenza y la duda (1 hasta 3 años). Solucionar este conflicto requiere apoyar la independencia en el niño, de manera que este desarrolle un sentido de competencia o “yo puedo por mí mismo”. No dejar al niño aprender a hacer las cosas por sí mismo, protegerlo o controlarlo exageradamente creará en él un sentido de incapacidad. Por ello, cuando vaya a realizar una acción surgirá la duda, la dependencia del adulto y la vergüenza de que “cuando algo me sale mal es porque soy incompetente”, lacerándose su autoestima y sentido de autonomía.
  3. Iniciativa frente a la culpa (3 hasta 6 años). En esta edad el niño comienza a gestar proyectos por sí mismo, por lo que solucionar este conflicto requiere dejar al niño inventar y hacer. Si no se le apoya, se le guía y se le anima a llevar a cabo sus ideas, surgirá en él un sentido de culpabilidad al ver que sus proyectos no son acogidos ni alentados. Esto lacerará su seguridad para hacer y perderá la oportunidad de aprender tanto de sus logros como de sus desaciertos.
  4. Laboriosidad frente al sentido de inferioridad (6-7 hasta los 12 años). Durante esta etapa, el niño es capaz de establecer metas y gestar proyectos, y encaminarlos hasta lograrlas. El adulto deberá animarlo y darle la oportunidad de proponer metas alcanzables, pero que a la misma vez le ofrezcan un reto. De no hacerlo, el niño se sentirá incapaz de establecer metas reales, se sentirá inferior a los demás y dudará de su capacidad, lo que limitará el desarrollo de su potencial.
  5. Identidad frente a la difusión de la identidad (12 años a la adolescencia). El adolescente busca en sus pares y adultos los roles a seguir, en términos profesionales, las relaciones, la familia y aspiraciones que desean alcanzar como adultos. Es el momento para explorar, por lo que el adulto deberá darle experiencias que le permitan conocer y entender las posibilidades que el mundo le ofrece. Si no le proveemos esas experiencias, o le limitamos y no le guiamos durante sus exploraciones, el joven se confundirá sobre su identidad y su función en la sociedad.
  6. Intimidad frente al aislamiento (20 hasta los 40 años). Es la etapa del apareamiento o la búsqueda de una relación duradera con otra persona fuera del contexto de la familia. Lograr una buena relación le da a la persona un sentido de seguridad y un sentido de productividad, ya que hemos aportado a la sociedad con nuestra familia, nuestros amigos y nuestra profesión. Cuando la persona no puede establecer una relación positiva con otras personas y no logra un sentido de intimidad, veremos como resultado el aislamiento, la soledad y en algunos casos la depresión.
  7. Generatividad frente al estancamiento (40 hasta los 60 años). Durante esta etapa desarrollamos un sentido de contribución a un mundo más amplio por medio de nuestro trabajo y las relaciones establecidas por medio de nuestra familia y amistades. Vemos la crianza, el trabajo y la participación en las actividades de la comunidad como una contribución a la sociedad y al mundo. Si no logramos desarrollar este sentido de contribución a la sociedad, nos veremos estancados, apáticos, cansados, con una vida sin sentido y sin nada que contribuir o legado que dejar a otros.
  8. Integridad del yo frente a la desesperación (60 años hasta la muerte). Con la vejez y la jubilación llega el momento de contemplar lo que hemos logrado en la vida. Mirar la vida y reconocer nuestras aportaciones nos da un sentido de integridad y sabiduría, donde hemos alcanzado todas nuestras aspiraciones y nos sentimos bien con nosotros mismos. Si, por el contrario, nos sentimos improductivos, resaltará el sentido de culpa por no haber logrado o haber vivido la vida que deseamos. Este desfase entre las metas que se desearon y las que nunca se alcanzaron traerá a la persona un sentido de desesperación y depresión frente a la realidad de que ya es muy tarde para alcanzar lo que se deseaba.

El desarrollo emocional es un proceso de cambio y transformaciones que se dan a lo largo de toda una vida; comienza desde el momento en que nacemos y somos mimados por nuestra familia y termina en la vejez. Para ayudar a los niños a alcanzar la plenitud y la felicidad, los educadores debemos ofrecerles la oportunidad de ser amados y amar, darles el tiempo para que puedan hacer las cosas por sí mismos y dejarles el espacio para que emerja su iniciativa y su sentido de sentirse bien con su “yo”. Este es el comienzo de un largo camino hacia el logro de la plenitud y la felicidad.

De las ocho etapas del desarrollo psicosocial, las siguientes tres se asocian con el periodo de niñez temprana: (a) la confianza frente a la desconfianza (0-1 años), (b) la autonomía frente a la vergüenza y la duda (1-3 años), y (c) la iniciativa frente a la culpa (3-6 años). A continuación, se explican con más detalles cada una de las tres etapas que inciden en la formación de la personalidad de la niñez temprana y los conflictos que se deben solucionar.

La confianza

Los seres humanos comenzamos a desarrollar la capacidad para confiar en los demás, en el periodo desde el nacimiento hasta un año de edad.  La confianza se va adquiriendo por medio de la atención consistente que le brinda el adulto al niño.  Si la familia y los cuidadores atienden las necesidades del niño, le alimentan, le sonríen y le responden cuando lo necesita, el infante pensará que este es un mundo seguro, en el cual puede confiar.  Sin embargo, si no se le atiende de manera consistente cuando lo necesita, o en algunas ocasiones se le presta atención y en otras no, el niño será incapaz de confiar en el adulto y desarrollará una sensación de ansiedad, miedo y desconfianza. La ansiedad y el miedo son consecuencia de la inconsistencia y la inseguridad que le presentan las personas al niño; por ende, cuando crezca, dejará de confiar en los demás.

La familia y los cuidadores que promueven la confianza en los infantes suelen establecerles rutinas flexibles para dormir, comer, jugar, cambiar el pañal, entre otros. También atienden de forma consistente sus necesidades, por ejemplo: observan y escuchan al niño, cuando lloran le buscan, lo miman y se preocupan por entender si hay que darle la leche, hablarle suavemente, cambiarle el pañal o arrullarlo y abrazarlo para darle seguridad y amor.

Los adultos que les ofrecen un cuidado consistente a los infantes les transmiten confianza y paz. La confianza ayudará a que se sientan bien consigo mismos y con los demás. De manera que cuando crezcan, serán adultos que podrán establecer relaciones positivas con los demás.

La autonomía

El deseo de hacer las cosas por sí mismos aparece en los niños durante el primer y tercer año de vida. En este periodo, florece en ellos el sentido de independencia. Poco a poco, según adquieren mayores destrezas motoras (como gatear, caminar, saltar y correr, entre otras), se van alejando del lado de la madre o el cuidador, para gatear y explorar lugares desconocidos, caminar al frente solitos, tratar de ponerse la ropa sin ayuda, escoger lo que comen y sus juguetes, entre otros logros. Si los criticamos, los regañamos, los controlamos demasiado o les impedimos hacer las cosas por sí mismos, se sentirán inadecuados para sobrevivir en el mundo. Esto les hará convertirse en personas excesivamente dependientes de los demás, con pobre autoestima; surgirá en ellos la vergüenza y la duda acerca de sus propias capacidades.

La familia y los cuidadores promueven la autonomía en el niño cuando le permiten escoger. Por ejemplo, cuando les preguntan “¿Qué fruta deseas comer hoy? ¿Deseas un guineo o una manzana?” Igualmente, el cuidador es paciente y observa al niño, dejando el tiempo y espacio para que este haga las cosas, se esfuerce y encuentre la solución por sí mismo. Por ejemplo, si el niño trata de ponerse los zapatos, debemos dejarlo que lo intente. Lo importante es ofrecerle el tiempo, el aliento y el apoyo que necesite para encontrar la forma de hacerlo. Si lo motivamos a continuar, lo dejamos experimentar y aprender de sus errores, desarrollará grados mayores de autonomía y se fortalecerá su autoestima.

La iniciativa

Entre las edades de 3 a 6 años, emerge en los niños la iniciativa o el deseo de emprender un proyecto con otros niños y personas, como inventar juegos y planificar actividades. Si fomentamos la iniciativa en los niños, estos se sentirán satisfechos y seguros de sus capacidades, podrán dirigir e integrar a otras personas en sus juegos y tomar decisiones. Si se les corrige en exceso, se les controla o se les ofrece demasiada dirección, sentirán que son una carga para los demás y emergerá en ellos un sentido de culpa. Como consecuencia, dejarán de proponer sus ideas o tomar decisiones por sí mismos, para convertirse en seguidores, faltos de iniciativa.

La familia y los cuidadores pueden promover la iniciativa en los niños preescolares dejando que participen en las actividades cotidianas, inicien juegos y compartan con otros. De esta forma, podrán aprender a hacer las cosas por sí mismos, desarrollarán un sentido de independencia y verán cómo su trabajo contribuye al bienestar de todos. Invitarlos y dejar que ayuden a poner la mesa, recoger la cama, cocinar, o darle de comer a la mascota son actividades que fomentarán en el niño un sentido de “Yo puedo” y promoverán su iniciativa.

La teoría del desarrollo psicosocial de Erickson (1968) nos ayuda a entender la importancia de las relaciones sociales en el desarrollo del carácter y el temperamento de la niñez. De manera que los adultos somos un elemento esencial en la ecuación del desarrollo emocional de los niños.

El apego

Todos hemos presenciado, alguna vez, a un padre tomar en sus brazos al infante para mecerlo, colocarlo en el hombro, cantarle, besarle, alimentarle y mimarle hasta que el niño parece caer rendido y dormirse en los brazos de papá. Esto es una expresión de amor y una forma en que se va desarrollando el apego entre el niño y el adulto. El apego se define como un vínculo muy especial entre la familia o el cuidador y el infante.

El apego se caracteriza por una relación emocional perdurable entre el infante y la persona que lo cuida. Según la teorías de desarrollo, el niño se apega a la persona que le provee el alimento (Freud & Burlingham,1942, 1944), le da confort y seguridad (Harlow, 1958). El apego, el contacto físico y el cuidado sensible provocan en el niño un sentido de seguridad. Esta relación emocional genera confianza, tranquilidad, amor, gozo y placer (Erickson, 1968).

La madre es la primera persona con la cual los infantes desarrollan el apego, por predisposición biológica (Bowlby, 1969, 1988). Sin embargo, en ausencia de esta, el niño lo desarrollará con quien le cuida, le alimenta y le ofrece amor.

La pérdida de la persona con quien el infante desarrolla el vínculo de apego le puede causar a este último gran ansiedad. Por ello observamos en los niños que vienen a un cuido por primera vez, una gran angustia, intranquilidad y llanto. Sin embargo, la capacidad de percibir, interpretar y atenderlo con prontitud ayudará a que se sienta bien atendido y amado. Cuando el cuidador responde al niño con cariño y mimos, buscando distraerlo con el juego y recordándole que mamá vendrá a buscarlo, logrará poco a poco reconfortar al infante. Estos gestos son los que irán construyendo el vínculo emocional y de confianza entre el niño y el cuidador.

El desarrollo del apego entre el cuidador y el infante influye, no tan solo el desarrollo del niño a corto y largo plazo, sino que repercute en las relaciones con sus pares, amigos y en las relaciones futuras. Una relación de apego positiva contribuye a que los niños regulen sus emociones cuando se encuentren en situaciones de estrés y exploren los ambientes con confianza; además, fomentará el desarrollo cognitivo, emocional y el lenguaje. Los niños que tienen experiencias positivas y desarrollan apego hacia sus cuidadores tienden a presentar conductas positivas (por ejemplo, son cooperadores y demuestran empatía) y a desarrollar relaciones sociales igualmente positivas (les fácil hacer amigos). Por el contrario, si el niño tiene experiencias negativas, desorganizadas e inconsistentes, no logrará establecer una relación de apego con el cuidador. Como consecuencia, será propenso a desarrollar conductas problemáticas, como la agresividad, el aislamiento y la depresión.

El apego es fundamental para desarrollar el vínculo emocional entre el infante y la persona que lo cuida. El apego se cultiva atendiendo las necesidades del infante con prontitud, ofreciéndole seguridad, confianza y amor.

Es normal, para el infante, sentir ansiedad cuando es cuidado por otro adulto que no es mamá o papá. Por esto, el cuidador deberá ser sensible hacia los niños, atenderlos con prontitud, ser consistente y amoroso en las relaciones.

Amar y cuidar a los infantes y los niños promueve la estabilidad emocional que, más tarde, llevará al ser humano a confiar, tener amigos y desarrollar en la etapa adulta una relación estrecha con otro ser humano.

La autoestima y el desarrollo emocional de los niños

La autoestima se define como las creencias y sentimientos que desarrollamos acerca de nosotros mismos. La manera en que nos definimos influye en nuestras motivaciones, actitudes, comportamientos y en las respuestas emocionales que damos a los demás. La autoestima se desarrolla desde el momento en que nacemos, ya que se va forjando por medio de las relaciones que entablamos con nuestra madre, padre, cuidadores y amigos. Los infantes necesitan tener relaciones amorosas y consistentes con los adultos para desarrollar un sentido positivo de su ser. Si reconocemos sus fortalezas y necesidades, atendemos sus necesidades, celebramos sus fortalezas, le amamos y reconocemos su individualidad, el niño crecerá con un sentido de su ser positivo y compatible a sus características, que a su vez le hacen único.

La clave para proveer un cuidado de calidad es aprender a aprender de los niños, es aprender de aquello que les hace sentir bien.

Igualmente, es importante dejar que los niños aprendan cómo el adulto reacciona a sus acciones y cómo es capaz de corresponderle. Si sonreímos y le hablamos con voz suave a sus sonrisas, entenderá la respuesta del adulto como un mensaje de aceptación. Este intercambio de mensajes entre el niño y el adulto es evidente en los primeros dos meses de vida, cuando el infante busca al adulto con su mirada y le sonríe. El adulto le responde con otra sonrisa, reafirmando al niño que le agrada. Este intercambio lleva al niño a internalizar que su sonrisa es capaz de hacer que el adulto sonría. Este gesto mutuo tan sencillo es el comienzo de una relación positiva entre ambos.

Durante el primer año, se puede observar cómo la conducta del niño es más organizada y cómo este es capaz de comunicarse con el adulto de forma más clara. A esta edad, gusta de jugar con el adulto al escondite, o “peek-a-boo”, y vocalizar para decir “bye-bye” o expresar la necesidad de “upa”, o sea la expresión para indicar que quiere que lo cojan o lo sienten en la falda. Cuando el adulto responde a estas necesidades, ayudará a que la autoestima florezca en el niño y se desarrolle de forma positiva.

Ya a los dos años el lenguaje emerge y el deseo de iniciar y hacer las actividades por sí mismo se hacen evidentes. “¡Yo!”, “Yo solo” y “Mío” son palabras importantes en el desarrollo emocional, indicativas de su seguridad y de sentirse bien consigo mismo. Los adultos sensibles le darán las oportunidades para que el niño explore, inicie y logre realizar las tareas por sí mismo. Al responder con una sonrisa, un “Sí, anda hazlo solito” o un “Tú puedes” y colocarle límites claros y sencillos, se logrará estimular en el niño el sentirse bien con lo que es capaz de hacer y lo que le falta por aprender.

Durante los 3 y 4 años, los niños tienen la capacidad de verse a sí mismos como individuos únicos. Se definen de forma descriptiva, son altamente independientes, son curiosos y se intrigan por las capacidades que tienen. Si le preguntamos: “¿Quién tu eres?” Su respuesta será sencilla: “Diego”, “Yo tengo 4 años y mi papá es Joel”. “Yo soy un nene y me gusta jugar baloncesto.” En sus respuestas, se observa que este se describe a sí mismo utilizando los atributos físicos, como lo es su nombre, su edad, su género, afiliación social, sus posesiones y habilidades. Estos atributos le dan sentido de identidad. Las respuestas positivas del adulto y los otros compañeritos harán que se sienta bien consigo mismo.

Niño con maestra durante el juegoDurante los 5 y 6 años, los niños enfrentan un periodo de transición. De su escuelita preescolar pasan al kindergarten en la escuela. De centrarse en sí mismos pasarán a tratar de descifrar los intereses y necesidades del grupo, y así lograr un espacio dentro de este. En dicha etapa el desarrollo del lenguaje es crucial: le permitirá expresar sus sentimientos y emociones por medio de las palabras. Será importante que el adulto le modele cómo utilizar el lenguaje y darle el espacio para expresar sus emociones y lo que siente. En esta etapa es significativo asegurar que fortalecemos la autoestima y el respeto a sus capacidades. Así, podrá expresar lo que le agrada y lo que no le agrada. Es importante darle la fortaleza y la voz para comunicar y entender el sentido de justicia y respeto. Esto implica comprender que lo que es justo para el niño, como persona, es también justo para los demás o el grupo. Así, el niño descubre que él no está solo en el mundo, sino que es parte de un mundo donde todos tenemos que colaborar y trabajar en armonía con nuestros amigos para lograr la felicidad.

Los niños comienzan a entender quiénes son ellos, lo que sienten, lo que son capaces de hacer y lo que deben esperar de los demás según crecen y se desarrollan.

El desarrollo de la autoestima, el autoconcepto y la confianza en sí mismo requiere que los adultos respeten las diferencias individuales que presentan los niños, atiendan con prontitud sus necesidades, apoyándoles en el proceso de separación y transición del hogar a la escuela. Igualmente importante es estimular y celebrar la capacidad del niño para hacer las cosas por sí mismo, de integrarse a otros para jugar y llevar a cabo proyectos.

Darle experiencias variadas y promover el lenguaje en los niños le permitirá entablar relaciones positivas con los demás.

La función del adulto consiste en promover y fortalecer la autoestima del niño, resaltando sus cualidades personales y únicas. Celebrar los talentos individuales, “el que canta”, “el que baila”, “el que ríe” y “el que habla”. Nunca comparar un niño contra otro, ya que el desarrollo no se da, ni es igual para todos los seres humanos. Asimismo, debe observar siempre las cosas buenas que hacen los niños y resaltar su capacidad para llevar a cabo proyectos por sí mismos y en colaboración con los demás.

El aprendizaje de la competencia social y emocional

El niño que es socialmente competente se relaciona de forma apropiada con sus pares y los adultos. Igualmente, a través de esas interacciones aprende a mejorar su propia competencia social (Katz & McClellan, 1997). Según Epstein (2014), la competencia social, o sea el saber relacionarse con otras personas, está compuesta de los siguientes cuatro elementos:

  1. Manejar y controlar las emociones adecuadamente es fundamental para establecer relaciones positivas con los demás y lograr nuestro sentido de bienestar. Poco a poco, los niños van adquiriendo la capacidad de manejar sus emocionas según crecen y se desarrollan. Desde pequeños surge la capacidad de enfocar y organizar sus acciones; por ejemplo, descubren que “halar” o “tirar” de un objeto les permite acercarlo y que “sonreír” consigue una sonrisa del adulto también. Este sentido de causa y efecto le permite desarrollar otras capacidades, como la de anticipar, esperar y controlar su impulsividad. Así, vemos cómo el niño va entendiendo, por ejemplo, que cuando pide leche, debe esperar hasta llegar a casa y que mamá le sirva la leche. Si mamá es consistente el niño aprenderá, poco a poco, a esperar y controlar el llanto.   Más tarde irá entendiendo que existen rutinas y procedimientos, reglas o normas, que se deben seguir para alcanzar un objetivo. Por ejemplo, aprenderá que para montarse en el carro, debe sentarse en la silla y ponerse el cinturón de seguridad. La adquisición del lenguaje y su habilidad cognitiva le permiten retener imágenes mentales y darle nombre a sus emociones, aplazar la gratificación, anticipar la satisfacción que obtendrá cuando sus necesidades son atendidas y ser flexible en términos de generar metas alternas y proponer soluciones a los problemas (Denham, 2006). Para los niños preescolares, entender y desarrollar el autocontrol requiere que estos se vean como seres independientes y capaces de hacer las cosas por sí mismos, además de sentirse automotivados y capaces de iniciar acciones.
  2. Comprender las normas sociales y las costumbres. El ambiente educativo es el lugar donde el niño aprende a entender cómo uno se convierte o se hace miembro de un grupo o comunidad. Esto implica que el niño debe aprender poco a poco que todo individuo debe ceder o claudicar algo de su individualidad para lograr el bien común o social. Igualmente, aprenderá las normas de conducta, como saludar; pedir prestada la bola, en vez de cogerla o quitársela al compañero; sentarse a escuchar un cuento con la maestra y compañeros; jugar con otros niños y hacer fila para entrar o salir, entre otras costumbres. Esto implica que veremos en los niños una transición de sentido de “mío” y el “yo”, al sentido de “nosotros”; o sea, se observará un paso del individualismo al sentido colectivo de solidaridad, altruismo y civismo. Los límites, reglas y normas deben estar presentes en todo ambiente educativo. Los adultos debemos explicar con ejemplos el por qué existe una norma o costumbre. Esto ayudará a promover el entendimiento y respeto a dicha normas y costumbres, permitiéndole a los niños internalizar su importancia y la forma en que contribuyen a entablar buenas relaciones con otros y a construir una mejor sociedad.
  3. Desarrollar las destrezas sociales, que están compuestas de estrategias apropiadas dirigidas a promover las interacciones positivas de unos con otros. En la medida en que los niños desarrollan la empatía y pueden entender la perspectiva de los demás, se facilita el aprendizaje de las destrezas sociales. Los adultos y los maestros son esenciales en darles experiencias a los niños para entender la forma en que somos similares y diferentes. Decirles: “Mira su pelo, es negro como el tuyo”, “Ella es una niña, pero también le gusta jugar con la bola como a ti”, “Igual que a ti te duele, a tu amiguito le duele cuando se cae”.   Estas expresiones les van enseñando la importancia y el valor social que tiene el respetar las diferencias que observan en los demás, en términos de género, etnia, lenguaje, habilidades, ideas, entre otras.
  4. Disposiciones sociales. Las disposiciones se definen como actitudes o rasgos del carácter que son perdurables y que son altamente valorados en la sociedad. Pueden ser positivas o no tan positivas. Por ejemplo, la curiosidad, el humor y la generosidad son disposiciones vistas en nuestra sociedad como actitudes positivas. Por otra parte, el ser obstinado, argumentar y ser egoísta se ven como actitudes no tan positivas.

Las disposiciones o actitudes emergen tanto de las diferencias biológicas asociadas al temperamento con que el niño nace, como de las experiencias que el niño va teniendo en el ambiente y que poco a poco van moldeando el carácter de cada individuo de forma positiva o no tan positiva. Por ejemplo, podemos tener niños obstinados o persistentes en el centro. Ser obstinado es el lado negativo de la persistencia, ya que la persona siempre quiere tener la razón e imponer sus ideas, a pesar de que está totalmente equivocado. La persona persistente, por el contrario, presenta una disposición positiva debido a que, a pesar de todas las dificultades que le presenta la vida, sigue luchando para lograr su objetivo. Por ejemplo, el estudiante que aunque no tiene el dinero para estudiar, nunca se da por vencido y busca la forma de lograr su meta y completar sus estudios.

La competencia social es la habilidad de entender, manejar y expresar los aspectos sociales y emocionales en nuestras vidas, de manera que podamos aprender, establecer relaciones con otros, solucionar los problemas cotidianos y adaptarnos a las complejas exigencias que forman parte del proceso de crecimiento y desarrollo (Elias et al., 1997). Está en manos de los adultos que cuidan a los niños proveerles las experiencias sociales para que estos desarrollen las competencias necesarias.

La competencia social y emocional de los niños depende de adultos sensibles capaces de proveerles las experiencias que fomenten:

  • una autoestima positiva
  • confianza en sí mismos
  • creer en sus capacidades
  • entender y saber cómo seguir las normas
  • tener autocontrol
  • ser paciente y aprender a esperar
  • planificar y llevar a cabo una tarea
  • ser persistente
  • saber solucionar conflictos por medio del diálogo y de forma pacífica
  • tener destrezas de comunicación
  • empatía
  • hacer amigos y llevarse bien con los demás
  • desarrollar un sentido moral para discernir entre lo que está bien y lo que está mal.

El desarrollo de estas dimensiones del carácter dependerá grandemente de las experiencias de apego y estimulación que el niño va adquiriendo a lo largo de la vida. De ahí la importancia que los niños tengan una relación consistente, de respeto y amor con cuidadores que promuevan una relación socioemocional saludable.

Los adultos a cargo de los niños son responsables del desarrollo de la competencia social y emocional. Esto requiere entablar una relación positiva con los niños, para que estos puedan aprender a manejar y expresar sus emociones apropiadamente, conocer y entender las normas y costumbres sociales, desarrollar las destrezas y disposiciones sociales. Está en manos de los adultos ofrecerles las herramientas necesarias a los niños para que éstos puedan entablar relaciones positivas con los demás y lograr la convivencia en comunidad.

Prácticas educativas dirigidas a fomentar el desarrollo social y emocional

Los niños aprenden de lo que ven y lo que viven, y la competencia social no se aprende por medio de lecciones, círculos de discusión o en decirles lo que es correcto o incorrecto. Los niños aprenden las competencias sociales y emocionales por medio de las interacciones que tienen con otros niños y los adultos. Estos últimos son para el niño el ejemplo a quien mirarán, seguirán y copiarán a imagen y semejanza.

Los adultos, conscientes de la importancia de su rol en la vida de los niños, deben asumir frente a estos una postura de mentor o guía. Esto requiere observarlos cuidadosamente, respetar su individualidad y el nivel de desarrollo de cada uno, así como intervenir de forma individualizada para enseñar las destrezas sociales durante sus momentos de interacción social. Es decir, deberá estar pendiente de enseñar la competencia social en cada momento en que se relaciona con el niño. El ambiente deberá estar organizado y transmitir tranquilidad, alegría y confianza. De esta manera, cuando el niño entre en el centro, será recibido con amor por la maestra, quien se le acercará con ternura para decirle, con una sonrisa, “Buenos días”.   Además, ofrecerá al niño las oportunidades para que aprenda de sus acciones, por lo que si se le derrama el vaso de agua en el piso, el adulto será capaz de responder con tranquilidad: “No te preocupes, vamos a limpiar el agua y luego buscaremos otro vaso de agua”. Por medio de estas interacciones positivas, el niño va adquiriendo la competencia social y emocional necesaria para lograr un desarrollo socioemocional positivo. Este proceso de aprendizaje individualizado permite al niño aprender y al adulto apoyar y demostrar al niño lo mucho que lo quiere y lo respeta.

Partiendo de esta visión y práctica apropiada, Epstein (2014) sugiere, a los adultos a cargo de niños de edad temprana, utilizar de forma intencionada las siguientes estrategias para fomentar la competencia social y emocional:

  • Modelaje o enseñanza por medio del ejemplo – Los niños aprenden de las conductas que observan en los adultos. Si les hablamos en voz baja, pausada y con un vocabulario claro, aprenderán a hablar de esa forma. Si la maestra es empática, soluciona problemas, asume riesgos, admite sus errores y los corrige, los niños asumirán estas conductas y destrezas. Igualmente, es importante que les hagamos conscientes en los momentos en que presentan conductas positivas. Por ejemplo, celebrar cuando comparten: “¡Qué bien! Lograron, juntos, cargar la mesa y traerla hasta aquí para dibujar en el patio”.

Enseñar con el ejemplo y enaltecer las mejores conductas de los niños ayudará a fomentar la competencia social en ellos.

  • Acompañamiento – es una estrategia de apoyo que facilita ofrecer ayuda individual a cada niño. Implica observar e identificar sus áreas de fortaleza y necesidad, para enfocar en los aspectos de la conducta que pueden mejorarse. Una vez se identifica la conducta, se divide en componentes más simples, de manera que se puede demostrar, paso a paso, cómo llevarla a cabo, practicar cada paso y ofrecerle retrocomunicación al niño. Esto es útil para demostrar acciones concretas que facilitan y promueven la competencia social y emocional. El acompañamiento puede ser efectivo con niños tímidos o que no son fácilmente aceptados por el grupo. La maestra puede utilizar el momento cuando el niño desea participar, para acercarse y decirle que observe lo que hacen los otros. Luego, puede preguntarle qué le gustaría hacer en el juego, para practicar con él esas destrezas. Una vez el niño demuestra que adquirió la destreza, entonces el maestro puede modelarle cómo se solicita entrar en el grupo a jugar y contribuir con sus destrezas.

El acompañamiento es una manera de apoyar al niño en su proceso de desarrollo social y emocional. Es una forma de hacerle sentir que no está solo, que el adulto le puede ayudar.

  • Proveer oportunidades para practicar – es esencial para todo aprendizaje, ya sea social, cognitivo o físico. La repetición y la práctica nos ayudan a ser competentes. Esto es esencial para la competencia social debido a que desarrollar conductas socialmente apropiadas requiere no tan solo aprender nuevas destrezas, sino también desaprender patrones de conductas a las cuales estamos habituados. Es normal que los niños se confundan cuando, en el centro, se le pone mayor atención a asuntos que en el hogar no son tan importantes, como el sentarse en el círculo y escuchar a los demás, o esperar en fila para salir al patio. Al principio, estas conductas son conflictivas porque, en el hogar, mamá siempre le escucha, o al salir no tiene que esperar por los demás. Precisamente, está contradicción hace imperante que el cuidador sea paciente, entienda lo difícil que es desaprender y le ofrezca muchas oportunidades a los niños para practicar las nuevas destrezas. La práctica continua ayudará a fijar las nuevas destrezas y a convertirlas en un hábito para el niño.

Los niños que vienen con limitaciones en las competencias sociales, son niños que carecen de las destrezas sociales valoradas en el centro. Por tal razón debemos modelar y darles la oportunidad de practicar las nuevas destrezas. Es necesario recordar que es mucho más fácil para los niños preescolares que para los adultos desaprender patrones de conductas; esto es importante para promover las nuevas destrezas dirigidas a desarrollar la competencia social y emocional de forma sensible y apropiada.

El juego es una estrategia importante para fomentar el desarrollo social y emocional del niño. El uso de marionetas, la dramatización, el juego en el área del hogar, el juego colaborativo, entre otros, son algunas de las mejores formas de fomentar el desarrollo social y emocional. Por este medio, podemos observar conductas, entender cómo el niño se ve a sí mismo y promover la formación de la competencia social. Jugar con los niños es fundamental para su desarrollo social y emocional.

La importancia de la familia

La familia es donde comienza todo. El desarrollo social y emocional de los niños comienza en el momento en que la familia establece el deseo de procrear un hijo. Ese anhelo y aceptación se convierte en una realidad cuando el niño nace, y la madre y el padre establecen una relación de apego. Ese vínculo es el comienzo de aprender a ser persona y el bienestar social y emocional de esta criatura. El amor familiar se convertirá en la base de la seguridad necesaria para afrontar los conflictos y las situaciones que la vida le irá ofreciendo. Así emergerá el autoconcepto, la autoestima, los valores y principios éticos que forjarán el carácter de esta nueva persona.

La familia es el primer escenario donde el niño irá aprendiendo a relacionarse con otros y a conocer las conductas y costumbres del núcleo social en donde nace, crece y se desarrolla. Igualmente, es el primer elemento transmisor de los valores y la cultura. Todo lo que es importante para la familia, el niño lo recogerá y lo hará parte de su personalidad. Los niños absorben los principios éticos de la familia, la base de la socialización. Así, cuando los niños llegan a un centro, vendrán formados y presentarán conductas producto del hogar donde han sido criados.

El cuidador es una extensión de la familia. Su responsabilidad es ofrecer al niño un desarrollo óptimo en todos los aspectos: cognitivo, social, emocional y físico. Para cumplir con su responsabilidad deberá conocer la familia y trabajar junto a ella para conocer y fomentar el bienestar del niño. El cuidador deberá ser un colaborador para las familias, al proveerle al niño protección, amor y las mejores experiencias de aprendizaje. Esto requiere establecer relaciones recíprocas entre los cuidadores y las familias, en las que exista el respeto mutuo, la cooperación, la responsabilidad compartida y la negociación de conflictos a favor del bienestar de los niños y el logro de unas metas compartidas.

El desarrollo social y emocional de los niños depende de los adultos que les cuidan. El amor y el respeto durante los primeros años de vida es fundamental para su bienestar y para que se conviertan en ciudadanos responsables. La familia y los cuidadores somos los seres más importantes para los niños, ya que es con nosotros que establecen los primeros vínculos de amor y apego, que forjan la base para establecer más tarde una relación de amistad y amor con otros, y vivir plenamente en comunidad. El desarrollo social y emocional del niño es fundamental para lograr la felicidad.

Referencias

  • Bowlby J. (1969). Attachment and loss, Vol. 1: Attachment. New York: Basic Books.
  • Bowlby J. (1988). A Secure base: Parent child attachment and healthy human development. New York: Basic Books.
  • Denham, S. (2006). The emotional basis of learning and development in early childhood education. En B. Spodek & O.N. Saracho (Eds.), Handbook of research on education of young children (pp. 85-104). Mahwash, NJ: Earlbaum.
  • Elias, M. J., Zins, J. E., Weissberg, R. P., Frey, K. S., Greenberg, M. T., Haynes, N. M., Kessler, R., Schwab-Stone, M. E. & Shriver, T. P. (1997). Promoting social and emotional learning: Guidelines for educators. Alexandria, VA: Association for Supervision and Curriculum Development (ASCD).
  • Epstein, A.S. (2014). The intentional teacher: Choosing the best strategies for young children’s learning. Washington, DC: NAEYC & Ypsilanti, MI: HighScope Press.
  • Erikson, E. H. (1968). Identity: Youth and crisis. New York: Norton.
  • Freud, A. & Burlingham, D. (1942). War and children.  New York : International Universities Press.
  • Freud, A. & Burlingham, D. (1944). Infants without families. New York : International Universities Press.
  • Harlow, H. (1958). The nature of love. American Psychologist, 13, 673-685.
  • Kagan, J. (2013). Temperamental contributions to inhibited and uninhibited profiles. En P.D. Zelaso. (Ed.), Oxford handbook of developmental psychology.  New York:  Oxford University Press.
  • Katz, L.G. & McClellan, D.E. (1997). Fostering children’s social competente: The teacher’s role. Washington, DC: NAEYC.
  • Santrock, J. (2015). Life span development (15th ed). New York, NY:McGraw Hill Edition.

Te quiero con el cerebro: Neurología de las emociones, educación y cuidado

María de los Ángeles Agrinsoni de Olivo, Ph.D.

Las investigaciones neurológicas abren discusiones en diversos campos, especialmente en torno al cuidado y la educación. Los avances en la tomografía ósea y el desarrollo de instrumentos para observar la interioridad neurológica han dado paso a grandes descubrimientos que ofrecen información respecto a cómo se interconectan las neuronas y las funciones de las áreas frontal, parietal, temporal y occipital del cerebro. Este último, más que un órgano de procesamiento de información, es donde residen y albergan nuestros más íntimos procesos y facultades psicocognitivas (los procesos mentales involucrados en el conocimiento) y socioemocionales.

Si tienes interés en conocer más acerca de las investigaciones neurológicas, estos son algunos recursos para ti:

  • Daniel Goleman (2013), El cerebro y la inteligencia emocional: Nuevos descubrimientos. Barcelona: S.A. Ediciones B.
  • Eric Jensen (2004), Cerebro y aprendizaje. Competencias e implicaciones educativas. Madrid: Narcea S.A. Ediciones.
  • Héctor Joel Álvarez (2006). Los hallazgos de las neurociencias y su aplicabilidad a la sala de clases: teoría y práctica. ,San Juan, PR: Ediciones Santillana.

En los años 1990, la investigación reconocía que “lo que mejor hace el cerebro humano es aprender,” y dicho proceso cambia el cerebro con cada nueva estimulación, experiencia y conducta (Jensen, 1998, p. 13). En esa misma década, Renate Nummela Caine y Geoffrey Caine (1991) describían las implicaciones educativas que conllevaba desarrollar ambientes de aprendizaje que tomaran como base el funcionamiento cerebral. Este enfoque estaba constituido por doce principios, el quinto de los cuales propone que las emociones son cruciales para establecer modelos o patrones de aprendizaje. Basado en los estudios de Halgren, Wilson, Squires, Engel, Walter y Crandall (1983); Ornstein y Sobel (1987); Lakoff (1987), así como McGuinness y Pribram (1980) que recogen Caine y Caine (1991), estos explicaban lo siguiente:

  • Es imposible separar las emociones y el conocimiento.
  • Las emociones influencian y organizan el aprendizaje.
  • Las emociones no se prenden y apagan en el interior, sino que operan en muchos niveles de manera continua.
  • El impacto emocional de cada experiencia repercute mucho tiempo después de ocurrido un evento.
  • Las emociones facilitan a la memoria el almacenamiento y uso de información.

Adulto enseña láminas a niña en brazosLa emoción y la cognición interactúan, se energizan y se moldean mutuamente (Saavedra, 2001, p. 148). Damasio (1994) sostiene que las emociones son inseparables del aprendizaje, y que el cuerpo, el cerebro y las emociones forman una unidad no disociable. Dice este autor: “lo que me preocupa es la aceptación de la importancia de los sentimientos sin que haya ningún esfuerzo para comprender su compleja maquinaria biológica y sociocultural” (p. 282) y afirma que “es precisamente esta falta de comprensión de la naturaleza de los sentimientos y de la razón (…) lo que es motivo de alarma” (p. 282). Además, menciona que el “reforzamiento de la racionalidad requiere probablemente que se preste una mayor consideración de la vulnerabilidad del mundo interior”. Enfatiza el papel de los sentimientos en la construcción de la racionalidad y nuestro comportamiento social adaptativo (pp. 283).

Recuerda pensar en los sentimientos y emociones, que son tu ropaje interior y te acompañan al momento de tomar decisiones. Lo que te hace vulnerable y te aleja de los niños. Piensa en los sentimientos que están contigo al trabajar con ellos. Hazte esta pregunta: ¿Pienso con sensibilidad hacia la niñez?

Quizás este marco de referencia te ayude:

Por ejemplo, si cultivas tolerancia: realizas pausas, observas, continuas,
vuelves a observar… tomas una decisión, actúas
te propones volver a comenzar de manera diferente.

Hoy día, se reconoce que “el cerebro es el agente principal del comportamiento humano: el motor de los sentimientos y de todo tipo de pensamiento” (Pérez Alonso-Geta, 2007, p. 25). Las investigacionesde Allan Schore, profesor de la Escuela de Medicina David Geffen de la Universidad de California en Los Ángeles, en el campo de la neuropsicología, neuropsiquiatría y neurociencia afectiva nos ayudan a entender la maquinaria biológica de los sentimientos. En un vídeo publicado en 2014, el Dr. Schore explica que el desarrollo del cerebro necesita de experiencias sociales epigenéticas (Schore, 2014). Es decir, las interacciones genético-ambientales entre “madre naturaleza” y “madre crianza” se combinan para dar forma a la naturaleza humana, en la cual es necesaria la experiencia.

El ambiente social afecta al geno, apelativo con el cual se identifica al conjunto de genes, o información genética, del organismo. Por esta razón es que es necesaria la experiencia socioemocional. La rica combinación entre naturaleza y cuidado es la esencia de lo que somos. Es de la unión de la experiencia de cómo hemos sido cuidados, las relaciones e interacciones que hemos tenido en el ambiente en el que nos hemos formado y el equipaje global de donde procede nuestra dimensión genética.

¿Habías pensado que eres parte del ecosistema socioemocional del niño? La niñez necesita de educadores y familias que reconozcan la importancia del desarrollo de una crianza afectiva y solidaria. Estamos llamados, todos los días, a ser honestos respecto a nuestras emociones y a entender cómo estas influencian la información que los niños guardan en el cerebro. Lo que hacemos y decimos altera tanto su formación moral como física. Piénsalo de esta manera: desde el inicio de su vida ese niño lleva consigo tus ideas y acciones, todo lo que observa de ti. Los vínculos socioemocionales que ambos desarrollen afectan positiva o negativamente sus redes neurales.

“Las experiencias tempranas cambian las estructuras básicas del cerebro”
(Riley, San Juan, Klinkner & Ramminger, 2008).

Uno de los descubrimientos que se han dado en los últimos cinco años es que el cerebro no continúa creciendo: el cerebro se organiza, se desorganiza y se reorganiza. La desorganización hace que mueran neuronas y se desconecten sinapsis. Es una situación de ganar o perder células que están alambradas. Es aquí que la parte social emocional y el ambiente enriquecido se vuelven más importantes. Hay algo que el cerebro humano necesita del contacto con otro ser humano para crecer. Por tanto, es necesaria la relación con un cuidador que da al niño la oportunidad de ir hacia adelante en una relación de confianza. De esta manera, el bebé tiene un modelo positivo para establecer una amistad y relación duradera (Schore, 2014).

La afectividad se desarrolla antes que el control motor, cada etapa de crecimiento cognitivo va precedida de una etapa emocional en la esfera afectiva, previa a las interacciones con el mundo físico. Este sistema emocional es la primera forma que tiene el bebé de conocer el mundo y marca el comienzo de una serie de hitos cognitivos. (Brazelton & Greenspan, 2013, p. 35)

A través de mi experiencia como educadora, reconozco que la neurociencia y sus descubrimientos ofrecen múltiples retos para los educadores. Los maestros que se preocupan por el desarrollo de los valores, los sentimientos y las relaciones desde el desarrollo de vínculos y apego sólidos nutren el desarrollo socioemocional. Propongo que estos cuidan de la mente de los niños, que es donde, por consecuencia, se alojan sentimientos para vivir en comunidad, crecer y aprender, todo en un mismo plano de interconexión íntima desde donde surge el deseo por la voluntad para vencer miedos y obstáculos. Cuidar es una proposición humanista para nutrir la mente con ideas, pensamientos y sentimientos que se traducen en el desarrollo de un ciudadano feliz, creyente en la apropiación de la experiencia social y la construcción del mundo desde la convivencia. Veámoslo desde este punto: según necesitamos nutrición física, el cerebro nos pide nutrición emocional para ser, pensar y actuar ante el desarrollo de un yo íntimo y personal que se aviva desde las emociones.

Esta propuesta en los centros educativos requiere de tres elementos:

1. Establecer relaciones seguras y permanentes

Los estudios del Dr. John Bowlby (destacados en Moneta, 2014) indican la importancia del apego a temprana edad en el desarrollo humano. Su investigación genera un giro paradigmático hacia el desarrollo de la sensibilidad a través de las relaciones y revela que la formación desde la niñez necesita de relaciones familiares significativas positivas, y de relaciones de cuidado para la estabilidad emocional del niño.

Recuerda lo importante que eres para el niño/a. No temas en crear vínculos afectivos. Abrázalo. Míralo a los ojos. Cántale con ternura. Crea una nana con su nombre. Escríbele un poema.

2. El adulto debe esforzarse por establecer interacciones recíprocas auténticas que ayuden al niño(a) a fortalecer su desarrollo socioemocional a través del apego

Moneta (2014) expone que:

[…] el Dr. Bowlby afirma que la capacidad de resiliencia frente a eventos estresantes que ocurren en el niño es influida por el patrón de apego o el vínculo que los individuos desarrollan durante el primer año de vida con el cuidador, generalmente la madre, aunque puede ser otra persona. (p. 265)

La teoría del apego reconoce que el desarrollo socioemocional depende de las relaciones seguras que el infante establezca con sus cuidadores. El apego es una combinación entre la predisposición psicobiológica del infante, genéticamente codificada, y la experiencia que este tenga con el cuidador. Las partes en desarrollo más importantes durante el primer año son aquellas que están relacionadas con el área emocional y social del niño. La relación de apego es un mecanismo interactivo que genera altos niveles de afecto positivo. Es alegría y diversión. Por medio de esta disposición, el bebé empieza a desarrollar una relación de seguridad y confianza, además crea su modelo interno dominante para establecer relaciones, empatizar con otros y comunicarse emocionalmente (Schore, 2014).

Frases

3. Desarrollar con el niño o niña el vínculo social de carácter intenso que se apoya en la interacción significativa del cuidador al niño(a) y viceversa (diada)

La relación diádica tiene impacto directo y efectos duraderos en el desarrollo del cerebro del niño.Cuando la madre y el niño están en una danza diádica, ambos sistemas psicobiológicos se coregulan entre uno y otro (Schore, 2014). El propósito será destacar “los acontecimientos que tienden a establecer una relación interhumana, una comunicación e intercambios emocionales en las acciones sociales mutuas” (Herrerra, Becerril, Montesinos & Cruz, 1999, p. 62).

La diada es ese momento íntimo de cercanía entre dos. Es esa relación estrecha que se concibe entre el cuidador o la maestra y el niño/a. Es un momento de alta concentración entre ambos. A través de la interacción social se establecen vínculos que permiten al maestro o cuidador reconocer la intensidad de la relación. Es decir, los dos son uno emocionalmente.

Esta relación permite que ambos se regulen con facilidad. El cuidador o el maestro conocen tan íntimamente al niño que sabrá cómo calmar su llanto. El infante se calmará solo de escucharle, o llevarle a su pecho, o quizás al llamarle por su nombre.

Es esa voz que surge del sistema emocional del infante y le dice que puede regular su estrés, ansiedad o miedo. Es el momento en que la maestra le muestra un juguete. El infante mira el juguete. La maestra le dice inténtalo. El infante comienza a explorarlo sin temer, se atreve pues tiene a alguien a su lado para explicarle, ayudarle, confiar, obtener afecto e identificarse. Es la creencia de que confío y sé que velas por mí. Mientras crece con confianza y seguridad el infante va creando la idea que de esta manera se maneja el mundo de las relaciones. ¿Piensa que ocurre si pasa lo contrario?


 

“La falta de vínculos afectivos compromete la formación inicial cerebro”…”la química cerebral se ve estimulada por los afectos: así es como las neuronas efectúan nuevas conexiones entre sí, formando las redes neurales.”… “La investigación de Gunnar puso en evidencia que los niños que han sufrido negligencias emocionales por parte de sus padres o cuidadores suelen tener deterioradas las funciones mediadoras del cerebro, como la empatía y los reguladores del vínculo y el afecto.”

Libro Infancia la edad sagrada de Evânia Reichert,
Ediciones La Llave, 2015, pp. 41, 53 y 54.

El vientre psicológico: La matriz emocional

Ronald Lally, en The human brainʼs need for a “social womb” during infancy (2013), explica que el cerebro de los infantes necesita un ambiente de protección y ternura para crecer similar al ambiente en el vientre materno. En dicha obra, propone que el cerebro del infante necesita una “matriz emocional” (Lally, 2013, p. 2). Este concepto lo imagina visualmente con el niño (a) colocado en el centro de los adultos, haciéndole una rueda: una matriz emocional comunitaria que lo acompañará en su desarrollo.

Niño, familia y comunidadLally (2013) reconoce la importancia del alambraje neurológico desarrollado desde el vientre materno y el ambiente social que rodea al infante. Esta es la razón primordial por lo cual lo ocurrido desde el desarrollo temprano del cerebro tiene un efecto en la trayectoria del pensamiento y los sentimientos para toda la vida. “Para que el cerebro de un bebé crezca fortalecido su ‘matriz emocional’ debe estar fuerte” (Lally, 2013, p. 3). Lo que ocurra antes del nacimiento, junto con las bases de cuidado afectivo y sensible, tienen consecuencias en la vida del infante maternal. Por ello, propone que dicha “matriz emocional”, que es conformada por los cuidadores cercanos al infante, necesita oportunidades diversas dirigidas a fortalecer el desarrollo emocional y social, así como las relaciones.

La niñez necesita educadores que crean en el origen social y emocional de la educación y el desarrollo. Ayudar a los niños(as) a reconocer sus sentimientos en relación con sí mismos respecto a los demás no debe actuar como un añadido en el proceso educativo, ya que es parte del proceso neurológico de cada individuo. Debe considerarse parte de la columna vertebral de la educación.

Un niño(a) que se siente seguro crece con la idea de que puede aprender y se hace en el posible creer que quiera aprender. Ante un proyecto educativo desde el desarrollo socioemocional se requiere creer en la concepción de un diálogo interno que se desata en el maestro al apropiarse del carácter social de la educación. Es entender que:

[…] la vida del niño se desarrolla, en un medio o mundo, no solo físico, sino también social, humano. Lo social constituye un elemento tan importante para la vida del individuo que no se puede concebir ésta sin aquello. Se podría hasta decir que el hombre es el individuo más su mundo social. Ambos factores están tan íntimamente ligados, que forman una unidad (Luzuriaga, 1991, p.71).

“La práctica educativa en la que no existe una relación coherente entre lo que la maestra dice y lo que la maestra hace es un desastre como tal” (Freire, 2012, p.97).

El desarrollo socioemocional como proceso continuo requiere de educadores conscientes de la responsabilidad de entender, creer y ser modelos desde donde surge la solidaridad para el bien común, la responsabilidad para el bienestar, el amor para sanar y confiar, el respeto para crecer confiado, la justicia para la igualdad y creer en la humanidad para reconocer la dignidad que reside en cada uno.

Abuela y nietos

¿Qué puedo hacer? Ideas para la estimulación del cerebro socioemocional
Áreas de desarrollo Acciones para el cerebro emocional
Comunicar estados emocionales
  • Ayuda a los niños a definir sus sentimientos, de manera que puedan expresar por nombre sus emociones: alegría, tristeza, miedo, coraje.
  • Utiliza literatura infantil que provoque hablar de los sentimientos y emociones.
Formación del yo
  • Categóricamente no utilices aseveraciones tales como: los niños no lloran.
  • No etiquetes a los niños como el más sensible o el más llorón. Recuerda que estas ideas quedan grabadas en su sistema neurológico emocional.
  • No le digas cosas como: “viene el cuco”, para disciplinar a través del miedo.
  • Demuestra que los impulsos pueden ser autocontrolados.
Autoconciencia
  • Acércate a los niños y niñas. Mírales a sus ojos con honestidad.
  • Háblales siempre con la verdad. Explícales.
  • Háblales acerca de tus sentimientos y cómo los manejas o qué medios pueden utilizar para manejarlos.
  • Explica que los sentimientos negativos pueden dañar a otros.
  • Piensa antes de actuar.
  • Conversa con los niños(as) acerca de tus emociones y cómo las regulas.
Apego seguro
  • Actúa con ternura.
  • Desarrolla tus destrezas sociales.
  • Demuestra de verdad ser un modelo afectivo y sensible.
  • Pon atención en lo que haces y dices.
  • Toca con las manos y las palabras de manera suave y delicada.
  • Vigila tu tacto.
  • Habla sin deseos de lastimar.
  • Utiliza diálogos para promover descubrimiento de sus emociones.
  • Jugar recíprocamente con los niños siguiendo sus repertorios creativos para identificar en qué consisten sus alegrías, miedos.
  • Cuando estés jugando deja que él tome la iniciativa. Permite que te demuestre que él puede lograr o enseñarte. Esto lo ayudará a esforzarse en desarrollar intimidad y seguridad.
Empatía
  • Ayuda a los niños a aprender a leer los sentimientos de otros para que aprendan a ser solidarios.
  • Recuerda tomar en serio las emociones de tus niños y niñas.
  • Haz esfuerzos continuos por entender los sentimientos y emociones de los niños y niñas.
  • Aunque creas que son muy pequeños anímalos a trabajar juntos.
  • Utiliza la reflexión para promover la sensibilidad hacia los demás.

Fisiología del cerebro emocional

Las conexiones del sistema límbico en el cerebro están involucradas en las funciones socioemocionales. La estructura del sistema límbico, o cerebro emocional, está ubicada entre el cerebro reptil y la corteza cerebral. Está conformado por las siguientes estructuras:

Sistema límbico

Fuente: Limbic system. (s.f.). En Wikipedia. Recuperado el 20 de junio de 2016, de https://en.wikipedia.org/wiki/Limbic_system

Amígdala cerebral – Está involucrada en el procesamiento cognitivoimplicado en estados corporales relacionados con toda la gama de emociones de fuertes reacciones de dolor, el placer y la alegría.Está involucrada en el reconocimiento de las expresiones faciales y el lenguaje corporal. Permite que podamos evaluar una situación y coordinar nuestras reacciones corporales, que sirven como advertencias internas para responder apropiadamente con miedo, ansiedad o felicidad (Hannaford, 2007). La amígdala constituye una especie de depósito de la memoria y significación emocional. Puede albergar y reactivar repertorios de recuerdos sin darnos cuenta de por qué lo hacemos, sin la menor participación cognitiva consciente. Asimismo, cuanta más intensa es la activación de las neuronas de la amígdala, más profunda es la impronta y más perdurable (Pérez Alonso-Geta, 2007).

Tálamo – Actúa como estación de relevo para las sensaciones excepto la olfativa. Está involucrado en las emociones y la memoria.

Hipotálamo – Controla la glándula pituitaria y la temperatura corporal. Actúa como el centro de la mente sobre el cuerpo. Permite que se realicen enormes hazañas o fuerza y resistencia en situaciones de emergencia. Está involucrado en la furia, agresión, dolor y placer (Hannaford, 2007).

Ganglio basal – “Tiene un especial papel en el control del movimiento” (García García, 2001).

Hipocampo – Su responsabilidad está ligada a la formación de memorias declarativas relacionadas con tiempo y espacio. Media los “circuitos de memorias emocionales para guardar la experiencia como un evento y como una información en la memoria declarativa” (Álvarez Pérez, 2006, pp. 146).

En una situación de peligro este podría ser el panorama de lo que ocurre en el sistema: El estímulo emocional se percibe mediante la vista y el oído, el cual es depositado en el tálamo. A su vez, envía el mensaje a la amígdala, donde se procesa y es enviada a través del cordón del sistema nervioso. Se produce una reacción corporal, por ejemplo: correr, pelear o paralizarse. El tálamo se encarga de enviar el mensaje a la corteza cerebral, donde se analiza la acción y lo ocurrido. La corteza envía a la amígdala el mensaje de cuál será la acción a seguir (Álvarez Pérez, 2006, pp. 146).

Neuronas espejo: Posibilitan la teoría de la mente

La neurona no madura en el vacío, sino en el contexto sociocultural (afectivo, frío, agresivo, etc.) que puede ser negativo u optimizante y cuyos efectos le acompañarán, en parte, durante toda su vida (Pérez Alonso-Geta, 2007, pp. 26-27).

Las “neuronas espejo” estudiadas por Giacomo Rizzolatti (algunas ubicadas en el córtex prefrontal):

[…] reproducen las acciones que vemos en los demás y emiten un impulso de acción para que las imitemos. Las emociones son contagiosas. En la interacción humana se produce un continuo feedback intercerebral, en el que el output de uno es input del otro. Mientras que los circuitos neuronales de una persona movilizan de forma inconsciente su musculatura facial, haciendo que sus emociones se expresen en sus gestos, las neuronas espejo de quien lo observa garantizan que, al advertir en su rostro determinada emoción, pueda experimentarla en carne propia. Esto significa que no vivimos nuestras emociones de forma aislada, sino que las personas con quienes nos relacionamos las experimentan con nosotros. Y en la medida en que esta función cerebral nos permite “sentir” al otro de forma literal, constituye la base neuronal de la empatía (Goleman, 2013).

Las neuronas espejo funcionan “poniendo al sujeto en los zapatos del otro”. Cuando percibimos una determinada acción por parte del otro, las neuronas “asumen el mismo programa” en la mente, “como si se estuviese actuando la acción del otro,” pero sin manifestación alguna (ocurre solo en la imaginación). Esto hace posible saber lo que pasa en la mente del otro y predecir lo que hará. Este sistema de adaptabilidad social nos permite tener un sensor del comportamiento social de los otros (Álvarez, 2006, p. 172).

García García (2008) indica que, para el primer año, los infantes demuestran intencionalidad en sus interacciones comunicativas. Mientras avanzan en su desarrollo utilizan los gestos para que los adultos les ayuden a solucionar problemas. Por ejemplo, cuando piden que se les alcance un juguete debemos entender que el niño posee “conocimiento sobre las personas” y reconoce cómo influenciarlos para conseguir algo o llamar la atención, además de generar acciones sobre los objetos, tales como arrastrar, tirar, agarrar.

Los gestos suponen una comprensión práctica de cómo funcionan las personas en las interacciones sociales: indican en la mente del niño una competencia en psicología intuitiva para predecir y manipular el comportamiento de los demás; una teoría de la mente en el infante que todavía no habla (García García, 2008).

Hoy día, la psicología cognitiva busca “descubrir las leyes básicas del pensamiento humano” (Gardner, 2005, p. 17). Para los educadores este descubrimiento entreteje una responsabilidad de carácter urgente. Primero, nuestros sistemas de cuidado y enseñanza deben ser dinámicos, activos, marcados por retos emocionales y alternativas para el desarrollo de la mente. Se abren espacios a nuevas formas que plantean cambios, alejándose de los enfoques basados en el conductismo. Segundo, “de acuerdo con la forma como enmarquemos teóricamente nuestra concepción de la mente humana, así enfocaremos el proceso de aprendizaje y, por lo tanto, el de enseñanza en un ambiente de aprendizaje formal” (Álvarez, 2006, p. 68).

Desde estas ideas, resulta un reto de impacto trascendental la manera como visualizamos la educación hoy día. A través de ella, se nos propone reevaluar nuestras estrategias para desarrollar modelos educativos que valoran cómo se desarrollan las emociones y nuestras capacidades neurológicas. La pregunta es descubrir cómo hacemos cambios en nosotros como facilitadores del aprendizaje y nuestro ambiente educativo desde el conocimiento científico acerca del desarrollo socioemocional. Estudiar las posibilidades del cerebro en el aspecto emocional nos lleva a entender nuestra inteligencia interpersonal, como indica Gardner (2001), desde dos vías: la esfera emocional afectiva interna y la relación con otras personas (p. 187). Esta inteligencia permite tener la capacidad de interpretar los sentimientos y afectos, “darles un nombre, desenredarlos en códigos simbólicos, de utilizarlos como un modo de comprender y guiar la conducta propia” (Gardner, 2001, p. 189). Al igual que la que la inteligencia intrapersonal para conocer nuestra identidad personal así como nuestros pensamientos y sentimientos.

Si tienes interés en conocer más acerca de las neuronas espejo, estos son algunos recursos para ti:

  • Rizzolatti, G., & Sinigaglia, C. (2006). Las neuronas espejo, Los mecanismos de la empatía emocional. Barcelona, España: Paidos Ibérica, S.A.
  • García García, E. (2008). Neuropsicología y educación. De las neuronas espejo a la teoría de la mente. Revista de Psicología y Educación, 1(3), 69-90.

Referencias

  • Álvarez Pérez, H. J. (2006). Los hallazgos de las neurociencias y su aplicabilidad a la sala de clases: teoría y práctica. Guaynabo, PR: Ediciones Santillana.
  • Brazelton, B. & Greenspan, S. (2013). Las necesidades básicas de la infancia. España: Editorial GRAÓ.
  • Caine, R. N. & Caine G. (1991). Making connections: Teaching and the human brain. Alexandria, VA: Association for Supervision and Curriculum Development.
  • Damasio, A. (1994). El error de Descartes. Barcelona: Editorrial Crítica.
  • Freire, P. (2012). Cartas a quien pretende enseñar. Sao Paulo, Brasil: Editora Olho d’Agua.
  • García García, E. (2001). Mente y cerebro. España: Editorial Síntesis, S.A.
  • García García, E. (2008). Neuropsicología y educación. De las neuronas espejo a la teoría de la mente. Revista de Psicología y Educación, 1(3), 69-89.
  • Gardner, H. (2001). Estructuras de la mente, la teoría de las inteligencias múltiples. Santafé de Bogotá, Colombia : Fondo de Cultura Económica.
  • Gardner, H. (2005). Arte, mente y cerebro: Una aproximación cognitiva a la creatividad. Barcelona: Paidos Surcos 12.
  • Goleman, D. (2013). El cerebro y la inteligencia emocional: Nuevos descubrimientos. Barcelona: Ediciones B, S. A.
  • Hannaford, C. P. (2005). Smart Moves, Why learning is not all in your head. Salt Lake City, UT: Great River Books.
  • Herrera Pérez, M. D., Becerril Rocha, R., Montesinos Jiménez, G., & Cruz Corchado, M. (1999). El llanto en el recién nacido y lactante. Revista Mexicana de Enfermería Cardiológica, 7(1-4), 61-67.
  • Jensen, E. (1998). Teaching with the brain in mind. Alexandria, VA: Association for Supervision & Curriculum Development.
  • Lally, R. (2013, diciembre). The human brain’s need for a “social womb”. For our babies Campaing. Recuperado de http://forourbabies.org/wp-content/uploads/2013/12/The-Human-Brains-Need-for-a-Social-WombFINALdec9.pdf
  • Luzuriaga, L. (1991). Pedagogía. Argentina: Losada, S. A.
  • Moneta, M. E. (2014). Apego y pérdida: Redescubriendo a John Bowlby. Child Pediatric, 85, 265-268.
  • Pérez Alonso-Geta, P. M. (2007). El brillande aprendiz. Antropología de la educación. España: Editorial Ariel.
  • Riley, D., San Juan, R., Klinkner, J. & Ramminger, A. (2008). Social and emotional development: Connecting science and practice in early childhood settings. Washington, D.C:Redleaf Press, National Association for the Education of Young Children.
  • Saavedra, M. (2001). Aprendizaje basado en el cerebro. Revista de Psicología, 10(1), 141-150.
  • Schore, A. (2014, 1 de octubre). The most important years of life: Our beginnings [vídeo]. Conferencia ofrecida el 29 de septiembre de 2014 en Oslo, Noruega. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=KW-S4cyEFCc

Las relaciones socio emocionales y los lazos duraderos: Una voz desde la realidad

Wanda Figueroa Fuentes, Ph.D.

Maestra y niño jugando con marionetaEn esta sección, te invito a que me acompañes a examinar los caminos que has recorrido y cómo las experiencias vividas a través del tiempo han aportado a moldear la manera en que establecemos relaciones. Asimismo, te invito a reflexionar y explorar alternativas para considerar cambios en ti y en tu entorno que redunden en oportunidades para conectarnos con otros. Es igualmente una invitación para celebrar y reafirmar las decisiones que has tomado a través de tus experiencias de vida y que han servido de eje para determinar tu compromiso con la niñez, las familias y contigo misma.

Para comenzar, necesitamos tener una visión clara de dónde venimos y hacia dónde nos dirigimos. Es importante reflexionar de qué manera las características del temperamento, las relaciones sociales y emocionales, así como las experiencias a través de los años han aportado a construir un caudal de fortalezas en ti. De igual modo, es importante examinar cuáles son las áreas de mayor vulnerabilidad y que, por tanto, necesitas mirar y fortalecer. Esto nos ayuda a establecer una trayectoria auténtica, sensata y realista de lo que deseamos y necesitamos hacer.

Crea una mirada interna y sincera para que identifiques:

Mis fortalezas son…

Las experiencias positivas en mi vida me han ayudado a valorar… en mí, y valorar… en otros.

Las experiencias difíciles en mi vida me han ayudado a valorar… en mí, y valorar… en otros.

Por tanto, los valores que rigen mi proceder son…

Nuestra conducta y cómo manejamos los diversos estados de nuestras emociones están expuestos al escrutinio y valoración, no únicamente de nosotros, sino de aquellos que están en nuestro entorno. La realidad es que, a veces, sin darnos cuenta, lo que los adultos hacemos o dejamos de hacer, lo que decimos, representa un modelo para los niños, una alternativa de cómo considerar o hacer las cosas. Mas importante aún, establece los parámetros sobre cómo formar y mantener relaciones con otros.

A nivel cerebral, estos parámetros se establecen con ayuda de las neuronas espejo. El sistema de dichas neuronas se encuentra disperso en todo el cerebro. Estas son activadas cuando realizamos alguna actividad, cuando expresamos nuestras emociones y cuando observamos a otros expresando sus emociones (Hannaford, 2010). Esta conexión neuronal nos ayuda a entender e identificar lo que otra persona está sintiendo con solo mirarla. ¿Cuántas veces te ha pasado que, de mirar a un ser querido, a un niño o niña en tu salón, sin que te diga nada, ya sabes que algo le está pasando? La red de las neuronas espejo forman la conexión neural que aporta al desarrollo de la empatía (Hannaford, 2010), esa capacidad de entender y sentir la emoción de la experiencia vivida por otro. La empatía nos acerca “al otro” desde una perspectiva emocional, humana, por lo cual es una de las bases fundamentales en el desarrollo de las relaciones.

La empatía comienza a formarse desde el nacimiento, cuando el padre o cuidador mira, sonríe, habla o acaricia al bebé, y este responde de forma similar. La respuesta del bebé es un “reflejo” de las emociones de su cuidador. Es como si el adulto se estuviera viendo en un espejo, pero en vez de su propia imagen, ocurre un intercambio íntimo entre éste y el bebé.

A lo largo de la vida, el niño estará expuesto a un cúmulo de conductas, actitudes y disposiciones que irá integrando en su cerebro como resultado de su equipaje genético y lo que ve y aprende de su familia, de la escuela y del entorno donde vive. Es por esto que, como educadores, tenemos la responsabilidad de ponderar cuál es el impacto de lo que decimos y hacemos, pues puede ejercer una influencia directa en la forma en que los niños aprenden a establecer relaciones con otros.

¿Qué experiencias aportaron a tu decisión de estar en el magisterio?

¿Cuál era tu visión de lo que debe ser un maestro cuando comenzaste?

¿Cuál es tu visión ahora? ¿Cómo ha cambiado?

¡Voy contigo hasta la Luna! El proceso de apego es crucial en el desarrollo de la seguridad, confianza, protección y solidaridad que espera un niño de un adulto. Esta seguridad comienza a formarse desde el vientre de la madre. El cuidado que esta tenga de su salud, los alimentos que ingiere, de la espera amorosa y paciente hacia el encuentro con su bebé aporta al inicio de una relación sinigual. Ese pacto de amor y entrega se valida, por primera vez, en el momento del alumbramiento, cuando colocan al bebé sobre el pecho de su madre. El apego se va fortaleciendo a través del cuidado, de la forma en que el adulto se comunica, entiende, acepta y respeta al niño como ser único en el universo.

Cuando el adulto fortalece los lazos de confianza, seguridad y afinidad con el niño aumenta la posibilidad de influir positivamente su desarrollo (Bilmes, 2004). El maestro está llamado a crear un clima de confianza, respeto, aceptación y diálogo sincero con cada niño y familia. De esta manera fortalece y extiende los lazos de apego que tiene el menor más allá del entorno familiar. Crear este tipo de “encuentro emocional” en la escuela o centro propicia, en el niño, un sentido de confianza en sí mismo y de esperanza hacia su futuro. Cuando el maestro está dispuesto a establecer relaciones sinceras y de respeto, abre las posibilidades de acercarse al niño y de impactar su visión de la humanidad para toda la vida.

¿Cómo es realmente tu relación con los niños?

¿De qué manera fortaleces tu relación:

  1. con cada niño en tu salón,
  2. con las familias de los niños,
  3. con otros compañeros,
  4. en tu familia,
  5. en tu vecindario,
  6. en tu círculo de amistades?

Es fácil establecer relaciones con niños cuyos temperamentos son fáciles y llevaderos, o similares al nuestro, pues invitan a tener un acercamiento positivo con ellos. Aquellos que tienen un temperamento difícil usualmente se alejan y rechazan, o evaden establecer relaciones positivas con otros. Son precisamente esos últimos a los que el educador debe ir acercándose poco a poco para establecer un clima de confianza, entendimiento y respeto hacia los “esquemas de abandono, indiferencia, alejamiento, violencia, inequidad”, procesos difíciles en los que podría estar sumergido ese niño. Por ejemplo cuando este llora por alguna situación que sucedió en la escuela, es muy común escuchar a la maestra decir: “Tan pronto te calmes y dejes de llorar estoy lista para escucharte.” Esta respuesta de la maestra, de manera inadvertida, lleva un mensaje de intolerancia y poca sensibilidad hacia el dolor o los sentimientos que al niño le son difíciles de manejar. Como resultado, modelamos a ese niño y al resto del grupo una pobre actitud que se aleja de la compasión y aceptación del dolor de otros.

Estamos llamados a sostener y acompañar nuestros niños, así como a sus familias, en la trayectoria de construir formas diferentes de convivencia. Tenemos que fomentar estilos que acojan la sensibilidad y el cariño hacia el otro, el entendimiento aunque no estemos de acuerdo, la comprensión, el respeto hacia la toma de decisiones, el perdón.

Trata alguna de estas ideas:

  1. Expresa tu alegría al recibir a cada niño. Dile lo feliz que te sientes al verlo y las experiencias que compartirán juntos ese día.
  2. Memoriza los nombres de los adultos a cargo de cada niño en tu salón. Salúdalos por su nombre.
  3. Escucha pacientemente la queja o preocupación del niño. Es importante “estar presente” mientras escuchas con una actitud libre de juicios. Parafrasea la situación que trae el niño y confirma con este que tu interpretación es la correcta. Reitera cuáles son las expectativas de sana convivencia establecidas en el salón que puedan estar relacionadas con la situación. Invita al niño a identificar algunas opciones viables y justas. Dependiendo de la situación puede ser un proceso con un niño o con varios.
  4. Conversa con los niños sobre la importancia de cuidar y apoyar a los amigos y a las personas que son importantes en sus vidas. Algunos ejemplos sencillos son: preparar una receta sencilla con los niños; hacer un dibujo para compartir con los niños de otro salón o centro, con su familia o con sus vecinos; llevar una serenata a niños de otro salón, al personal del centro, a las familias.

¡Mi equipaje socioemocional! Todos tenemos un “equipaje socioemocional” que contiene las experiencias y relaciones positivas y negativas que hemos vivido a través de los años. Cuando, en ese equipaje, el adulto contiene “asuntos no resueltos” de su niñez, esto complica y afecta negativamente la calidad de las relaciones que forme con sus hijos, familiares, vecinos, amigos, niños a su cargo, maestros. Cuando la persona enfrenta situaciones de tensión o conflicto estos “asuntos no resueltos” afloran (Siegel & Hartzell, 2014). Esto crea una postura inflexible, difícil de manejar y sostener en una relación. El adulto se ve “encerrado” en su propio dilema creando así una pobre relación con el niño y otros adultos.

Por ejemplo, cuando el adulto (sea el padre o el maestro) tiene “asuntos no resueltos” para manejar una separación como resultado de experiencias previas en su vida, se refleja en su manejo de la separación con el niño. En el caso del adulto a cargo del menor, puede observarse en el periodo de acostarse a dormir: esta resulta interminable, agotadora y frustrante tanto para el adulto como para el niño. En el caso del maestro puede verse cuando los pequeños llegan al centro y tienen que despedirse de sus padres. Para el educador que tiene “asuntos no resueltos” con las despedidas, esos momentos resultan eternos y estresantes. Vemos, entonces, a un adulto que duda sobre qué hacer porque aún necesita trabajar sus propios conflictos no resueltos con el asunto de la separación. Esto resulta en un ciclo codependiente, pues esta persona reacciona a la conducta del niño, pero este, a su vez, reaccionará a la conducta del adulto que se ve imposibilitado de manejar la situación y proveerle opciones adecuadas y fortalecer su relación y sentido de unidad.

Es sumamente importante ser conscientes de cuáles son nuestros “asuntos no resueltos”, qué nos hace perder el control o balance, y por qué. Cuando el adulto es consciente de sus estados emocionales más vulnerables, ese es el primer paso para iniciar un proceso de reflexión e de identificar opciones que sean emocionalmente viables. El adulto que no ha enfrentado sus estados emocionales, crea en su mente mucha inestabilidad y confusión, lo cual causa que sus respuestas sean intensas y fuertes, produciendo miedo e inseguridad en el niño (Siegel & Hartzell, 2014). Este modelaje del manejo de las emociones ante diversas circunstancias cotidianas y los “asuntos no resueltos” del adulto son reflejo de los estilos de crianza que tuvieron en su infancia.

La crianza de muchos niños está basada en las experiencias y herramientas que sus padres tuvieron en su infancia. Para algunos, esa crianza se cimentó en el valor de ser “independientes”, pero en realidad fueron niños que vivieron y aprendieron solos. Al iniciar una relación con cada niño, es importante considerar y entender cuál fue la experiencia de sus padres en su niñez y adolescencia. Esto representa un reto para el maestro o cuidador. Arnold (2014) expone la realidad de muchas familias:

Ahora los resultados están comenzando a manifestarse en adolescentes y jóvenes adultos que a duras penas sobrevivieron el estrés y la presión, quienes perdieron la dicha de ser niños en sus años formativos, y quienes nunca descubrieron la belleza de la relación padre-hijo, una relación de confianza, aceptación y estímulo. Tenemos que considerar la próxima generación de niños, y lo que ellos aprenderán de padres que nunca tuvieron una niñez.

Cuando enfrentamos familias en las que el estado emocional del adulto esta en desbalance afectando así su relación con el niño, es importante invitar al adulto a reflexionar sobre su proceder con las siguientes preguntas: ¿Era necesario o se justificaba la manera en que actué? ¿Qué me hizo pensar que actuando de esa manera cambiaría la situación? ¿Qué gané con mi acción? ¿Qué perdí?

Trata alguna de estas ideas:

  1. Lleva un diario reflexivo por lo menos durante una semana. Escribe cada día las experiencias vividas que te han hecho sentir incómoda, dudosa, fuera de balance, tanto en el salón como en tu vida cotidiana. Al final de la semana crea una lista de los eventos que te causaron incomodidad. Resume cada evento en una palabra o frase; por ejemplo: “salón ruidoso, no parece escucharme”. Reflexiona sobre el posible origen de esta emoción. ¿Es algo que aún no has resuelto de experiencias previas en tu vida? Identifica opciones acerca de cómo, poco a poco, puedes superar este sentimiento que usualmente te bloquea o te mueve a un estado de desbalance.
  2. Luego de haber realizado la actividad anterior, puedes ampliar su alcance al invitar a las familias a realizarla también. Organiza grupos pequeños de familias con los cuales reunirte para dialogar sobre los hallazgos de este ejercicio, así como las opciones que han considerado. Es recomendable que realices este ejercicio en colaboración con otros profesionales que trabajan con las familias en tu centro (trabajador social, sicólogo, coordinador de padres, director).

¡Yo soy de aquí! Una encomienda muy importante del educador es establecer un clima en el que todos son acogidos de forma sincera, con respeto a las diferencias o características únicas de cada niño o niña del salón y de sus familias. Es vital establecer un clima en el que todos se sientan responsables del bienestar y seguridad de todos. Arnold (2014) enmarca el bienestar y la seguridad en los valores que un maestro le compartió como necesarios para establecer relaciones duraderas con los niños y sus familias:

  1. No – es necesario establecer límites que mantengan la seguridad, respeto y armonía entre todos.
  2. Ven – es el encuentro que demarca el punto de partida, son las relaciones que se crean en el encuentro del maestro con el niño y su familia.
  3. Escucha – la atención es una bendición especial; escuchamos no solamente con nuestros oídos, sino con el corazón; es escuchar mas allá de las palabras.
  4. Quietud – necesitamos experimentar momentos de quietud y la satisfacción de estar ocupados en silencio, es la paz interna a la que todos necesitamos aspirar.
  5. Espera – en la vida hay muchas veces en las que hay que esperar aunque uno no quiera; la espera nos fortalece y ayuda a recapacitar; es dar la oportunidad a otros, es desarrollar tolerancia.
  6. Cuidado – es importante ser responsable con todo lo que hacemos; somos responsables de nuestras acciones, por eso atendemos con cuidado cada interacción con el niño y su familia.

Acompañar a los niños en su intento por desarrollar y mantener vínculos unos con otros (amistades y adultos en su entorno) es también parte del proceso de “sentir que pertenezco”. Igualmente importante es acompañar al niño en sus desafíos por encontrar un balance en lo que consideran injusto, por llegar a acuerdos que representen un sentido de justicia, equidad y compañerismo.

¿De qué manera recibimos y despedimos a los niños en el centro o la escuela?

¿Fortalecemos con nuestro lenguaje corporal y verbal el sentido de alegría, solidaridad y continuidad porque somos integrantes del grupo, que compartimos vivencias únicas en este salón?

¿Cómo y con cuánta frecuencia se celebran o reconocen las metas que alcanzan los niños, las familias, los educadores, el personal de la escuela o centro?

Cuando el adulto establece una relación positiva con el niño y le reconoce lo bien que ha hecho algo, es muy probable que el niño repita esa conducta positiva porque se siente orgulloso, comprometido y amado por el adulto. En su mente probablemente pensará: “Quiero hacerlo porque me hace sentir bien y porque quiero que tú estés contento también”. El niño le otorga un “valor” a la relación con el adulto. En una relación positiva, el valor se mide con las emociones de alegría, amor, seguridad, desprendimiento, perseverancia y paz que el niño y el adulto sienten uno con el otro. Esta acción tiene efectos multiplicadores porque “construye” en el niño una forma de ser, que compartirá con otros niños y adultos en su entorno.

Cuando el adulto reconoce las acciones negativas de los niños, expresando su desagrado, es muy probable que esa conducta se siga repitiendo si no está enmarcada en una relación positiva. Es necesario ir más cerca de la raíz del problema. La conducta equivocada de los niños es una expresión de que algo anda mal para ellos. Es importante que el adulto sea el apoyo que ayude a identificar la causa de dicha conducta y acompañe al niño a encontrar soluciones viables, a construir “esperanza.”

Trata alguna de estas ideas:

  1. Haz un esfuerzo consciente por “acercarte” a cada niño de tu salón e identifica:
    • ¿Cuáles de los seis componentes para establecer relaciones duraderas recomendados por Arnold (2014) están presentes en tu relación con cada niño?
    • ¿Cuáles necesitas fortalecer?
    • ¿Qué ideas puedes incorporar para fortalecer tu relación?
  2. Realiza el mismo ejercicio con las familias de los niños en tu salón.

Niños durante el juego

¡Búscale la vuelta! Establecer y mantener relaciones positivas con otros a veces resulta un reto. Es importante que el educador modele su capacidad para resolver problemas ya sean de naturaleza administrativa, tecnológica, curricular o en sus relaciones con otros, pues provee a los niños una visión de que las soluciones son posibles si perseveramos y miramos la situación desde otras perspectivas. Esto es, no rendirse ante los retos, sino aceptar y enfrentar los desafíos; es buscar alternativas, llegar a consenso y acuerdos que destaquen equidad, tolerancia, empatía, compromiso. No rendirse ante estas situaciones provee a los niños y sus familias lecciones de vida importantes para su futuro desarrollo y para mantener un sentido de seguridad en el entorno familiar. Es hacer un esfuerzo por “escribir un libreto diferente” y reconocer que hay opciones, unas menos difíciles que otras. Lo importante es creer en tus habilidades, tener la seguridad y determinación de que estás haciendo lo mejor que puedes para mejorar la relación con los niños y sus familias.

¿Cómo te sientes cuando logras hacer algo que te propusiste?

¿Cómo te sientes cuando cometes un error?

¿Qué quisieras cambiar en tu modo de relacionarte con otros?

Referencias

  • Arnold, J. C. (2014). Su nombre es hoy. Recuperando la niñez en un mundo hosti (R. Serradell, Trad.). Walden, NY: Plough Publishing House.
  • Bilmes, J. (2004). Beyond behavior management. The six life skills children need to thrive in today’s world. St. Paul, MN: Redleaf Press.
  • Hannaford, C. (2010). Playing in the unified field. Raising & becoming conscious, creative human beings. Salt Lake City, UT: Great River Books.
  • Siegel, D. J. & Hartzell, M. (2014). Parenting from the inside out. New York, NY: Penguin Group.

El ambiente de aprendizaje y sus implicaciones en el desarrollo socioemocional de los niños

Rafael Ortiz López, Ed.D.

Los espacios educativos significativos son ambientes de aprendizaje que favorecen no sólo la adquisición de múltiples ‘saberes’, sino que fortalecen las competencias afectivas, sociales y cognitivas necesarias para enfrentar de manera creativa las demandas crecientes del entorno durante los primeros años de vida. (Otálora, 2010, p. 80)

El término ambiente de aprendizaje no es nuevo. Históricamente, el concepto se ha definido desde diferentes perspectivas y dimensiones, en cada una de las cuales se toma como fundamento principal el marco filosófico que los sostiene. Para algunos, el término se refiere a espacios de aprendizaje, ambientes educativos, lugares de enseñanza o simplemente salones de clases que incluyen tanto el espacio interior como el exterior. Otros incluyen las situaciones que se generan como consecuencia de las interacciones entre el espacio físico y las personas que los ocupan.

Un poco de historia

Lo que hoy conocemos como un salón de clases es producto de una serie de aportaciones de grandes educadores de la niñez temprana a través de la historia. En el siglo 18, el educador suizo Johann Pestalozzi establece que los ambientes educativos tienen el propósito de lograr que los niños comprendan conceptos, practiquen destrezas y se expongan a la realidad (Riera, Ferrer & Ribas, 2014). Constantemente los niños se exponen a experiencias que están influenciadas por el espacio físico en el cual conviven. Más tarde, una de las aportaciones más importantes a la educación preescolar en el siglo 19 provino de Friedrich Fröebel, considerado el padre y fundador del Kindergarten; quien, además, establece el modelo de espacio arquitectónico que conceptualiza el espacio escolar abierto y dinámico. Este resalta elespacio exterior como facilitador, pues permite el desarrollo de actividades variadas y espontáneas. Desde su postura y con respecto al espacio interior, destaca que lo más relevante es que sea amplio y ventilado para que el niño pueda realizar actividades dinámicas y variadas, y así desarrollar sus potencialidades. Enfatiza que el tamaño del mobiliario debe ser proporcional a la estatura de los niños (Peralta, 1996).

Niño corriendo un tricicloCon respecto al ambiente, a finales de siglo 19, las hermanas Rosa y Carolina Agazzi, educadoras italianas, consideran la higiene como elemento esencial en un centro infantil. El salón de clases, además, debe tener buena ventilación, iluminación y calefacción. Por su parte, María Montessori plantea la creación de un ambiente estructurado que ofrezca posibilidades de acción, movimiento y elección alniño, en donde el material del salón esté determinado por los objetivos y propósitos establecidos. Para ella, el material que se proporcione será de suma importancia; también debe ser de fácil acceso y liviano para que el niño pueda transportarlo y utilizarlo. Esto, a su vez, favorece la libertad, la autonomía, la autodeterminación y la independencia. Menciona que el mobiliario del salón debe poseer características particulares en sus formas, tamaños y colores. El ambiente externo, según Montessori, debe ayudar a que el niño se exponga a un contacto continuo con la naturaleza y con el ambiente que le rodea (O’Donnell, 2013). Finalmente, Lev Vigotsky, psicólogo ruso del siglo 19, precursor del constructivismo, planteaba que la forma en cómo se organizan socialmente los espacios, los materiales, el equipo y las actividades, es importante en la educación preescolar. Menciona que toda actividad académica debía partir del contexto sociocultural en el que se desenvuelve el niño (Suárez, 2012).

Los cambios y ajustes en los ambientes de aprendizaje que se toman en consideración en la actualidad, al igual de como se ha visto a través de la historia, están influenciados por los retos sociales y las necesidades de los niños de cada época. Se ha demostrado que la dimensión social y emocional es un factor que determina el éxito futuro de los individuos. Por esta razón es un factor importante que se debe considerar en la educación de la niñez temprana.

Desarrollo socioemocional

Desde que el niño nace tiene la capacidad de relacionarse socialmente, tanto con su medio ambiente como con las personas que lo rodean. Sin embargo, esa capacidad innata se adquiere siempre y cuando haya alguien —normalmente, el cuidador primario— que esté disponible para establecer una relación social (UNICEF, 2012). Por esta razón, se parte de la premisa de que no es posible que el bebé se desarrolle si no se involucra socialmente con otros. Las experiencias de afecto que tienen los niños en sus primeros años de vida con sus cuidadores primarios tienen una enorme influencia en su desarrollo cognitivo, social y emocional. Estas experiencias promueven que se establezcan, entre el niño y las personas a cargo de su cuidado, un enlace especial lo suficientemente sólido como para que se generen las condiciones apropiadas para que todas sus necesidades sociales y emocionales se puedan satisfacer positivamente.

Normalmente el apoyo emocional que necesitan los niños se origina en el contexto de un vínculo estable de apego con los cuidadores primarios. Esta conexión se constituye desde el nacimiento y se prolonga durante toda la vida., Esto, además, permite construir un lazo emocional estrecho con ellos. La estabilidad emocional de los niños se consigue a partir de un vínculo constante y previsible. Desde que inicia su desarrollo, este vínculo se fortalece con la presencia de una o más personas que se preocupen de la crianza del bebé. Una relación de estabilidad y la presencia de un el vínculo genuino y positivo con sus cuidadores permite a los niños construir una relación de apego (Brazelton & Sparrow, 2006).

El ambiente como precursor del desarrollo socioemocional

Actualmente, la realidad de los niños está influenciada por los efectos de las interacciones sociales en las que se involucran a diario. Según Montero Díaz (2011), el ambiente en el nivel preescolar es fundamental. La mayoría de las interacciones que involucran aprendizaje se originan durante las rutinas que se dan día a día y las transiciones entre actividades.  Sin embargo, se debe tener claramente establecido que todas las actividades y las situaciones que se generan fuera y dentro del salón de clases se enmarcan, principalmente, en un contexto social. Por lo tanto, se puede decir que, al organizar las áreas de trabajo, esto se debe hacer con propósito y significado pedagógico que favorezca la dimensión del desarrollo socioemocional; por ejemplo, para fomentar, en el niño, la confianza, seguridad, independencia y autonomía durante su exploración en el ambiente educativo. La delimitación de las áreas permite que los niños interactúen y se generen situaciones y dinámicas que provoquen conflictos, mediante los cuales el maestro se convierte en mediador y motiva al niño a atender las controversias y solucionar las divergencias producto de las interacciones sociales.

La manera en que está diseñada la organización de los espacios con relación a los objetos, los materiales, el equipo, los niños y los adultos permite las condiciones de aprendizaje que trae como consecuencia la posibilidad de un desarrollo emocional saludable. Por lo tanto, es necesario propiciar ambientes idóneos para la convivencia emocional y el aprendizaje de destrezas sociales. Algunos ejemplos que propician un buen ambiente son los colores de las paredes, establecer un área de relajación y la exposición de los trabajos de los niños o fotos de ellos como medio de reflexión de sus propias actividades, entre otros. Duarte (2003) propone, entre otras, las siguientes dimensiones como una forma de realizar cambios en beneficio de un ambiente social y emocional positivo:

  • Establecer una interacción comunicativa efectiva y continua entre el maestro, el estudiante y el grupo.
  • Considerar las diferencias individuales.
  • Fortalecer el autoconcepto y la autoestima en los estudiantes y el maestro.
  • Manejar al grupo basado en relaciones sólidas de compañerismo.

Los ambientes de aprendizaje deben estar en continua evaluación para ajustarlos a los cambios sociales actuales. Acerca de los ajustes, Ángeles (2003) afirma lo siguiente:

El modelo educativo necesita cambios que le hagan pasar de la estandarización a la personalización, considerando las necesidades del estudiante, de tratar de introducir información en la mente del estudiante a ayudarlo a comprender y utilizar las capacidades de su inteligencia, de un aprendizaje pasivo a uno activo que, en lugar de estar dirigido por el profesor, sea controlado por el estudiante o compartido con el docente. (p. 4)

Es importante destacar que los efectos, ya sean positivos o negativos, de las interacciones en el ambiente escolar deben ser evaluados constantemente. De esta forma, se podrá reflexionar y atender las necesidades fundamentales de los estudiantes y se propiciará un ambiente de aprendizaje emocionalmente saludable.

Por esto, para contrarrestar y encauzar todos los estímulos y experiencias de los niños, niñas y jóvenes se establecen los entornos escolares que potencian el desarrollo en las tres dimensiones (socio afectiva, cognitiva y físico-creativa), en la medida en que mantiene siempre una intención formativa. (Guardia, 2012, p. 23).

Iglesias (2008) presenta el siguiente modelo que ilustra el proceso de evaluación de un ambiente de aprendizaje, el cual se puede utilizar para detectar sus fortalezas y necesidades:

Figura 1Figura 1. Proceso de evaluación de un ambiente de aprendizaje (Iglesias, 2008, p. 55)

Colbert (2008) ofrece sugerencias para diseñar un ambiente educativo eficaz, compuesto de los siguientes diez pasos:

  1. Piense en su filosofía de la educación y metas como maestro.
  2. Considere cómo su filosofía y objetivos se relacionan con el espacio que está disponible y las actividades que usted desarrolla.
  3. Evalúe los niños a su cuidado e identifique sus necesidades particulares del desarrollo. Averigüe todo lo que pueda acerca de la naturaleza del espacio que les es familiar en otros entornos y el tipo de interacciones al que están acostumbrados.
  4. Si está trabajando con un ambiente educativo ya existente o predeterminado, observe a los niños y al personal en ese entorno. Tome nota de lo que parece funcionar bien y lo que no funciona bien allí. Identifique listas de cotejo relacionadas con los elementos que deben incluir un salón infante, maternal o preescolar, que le pueden ayudar a evaluar si responde a sus propósitos.
  5. Aproveche todos los recursos disponibles como sea posible. Lea todo lo que pueda acerca del tema; familiarice con las recomendaciones hechas por los especialistas para el mejor uso posible del espacio, así como los requisitos reglamentarios; visite otros centros; y discuta los cambios propuestos con otros, incluyendo el personal y los compañeros de su equipo de trabajo.
  6. Haga un croquis y mueva las piezas, teniendo en cuenta lo que ha aprendido, los objetivos que ha establecido para sí mismo y su centro, y lo que se espera que suceda allí. Anote sus ideas acerca de cómo su salón de clases debe ser diseñado y los efectos que pudieran tener los cambios que considera realizar.
  7. Reorganice su salón y ajuste su comportamiento de modo que respondan a los cambios establecidos.
  8. Observe los efectos de los cambios que ha realizado y decida si se han alcanzado sus objetivos.
  9. Haga cambios adicionales a base a sus observaciones.
  10. Comience el ciclo de nuevo al considerar si su filosofía y objetivos de la educación siguen siendo adecuados, o si han cambiado como resultado de los implantados.

El ambiente tiene un efecto directo en el desarrollo socioemocional de los niños, ya sea positivo o negativo. La manera en que lo organizamos, en términos del espacio físico, el mobiliario, los materiales y el equipo, va determinar en gran medida las interacciones que se generarán. Estas interacciones en conjunto con las relaciones de apego son determinantes para promover y mantener un ambiente saludable de aprendizaje.

Referencias

“Abre la puerta a la esperanza.” Guía para promover el desarrollo socioemocional en la niñez temprana

Germie Corujo Martínez, Ed.D.

La vida en familia supone nuestra primera escuela para el aprendizaje emocional: en tan íntimo caldero aprendemos qué sentimientos abrigar hacia nosotros mismos y cómo reaccionarán otros a tales sentimientos; cómo pensar acerca de esos sentimientos y qué elecciones tenemos a la hora de reaccionar; cómo interpretar y expresar esperanzas y temores. Esta escuela emocional funciona no sólo a través de lo que los padres dicen o hacen directamente a los niños, sino también en los modelos que ofrecen a la hora de manejar sus propios sentimientos y aquellos que tienen lugar entre marido y mujer. (Daniel Goleman, 2010).

En ocasiones nos preguntamos: ¿por qué es importante tener herramientas y destrezas socioemocionales en el mundo en que vivimos? En su libro La inteligencia emocional, Daniel Goleman (2010) nos habla sobre el concepto de alfabetización emocional, el cual se refiere a la enseñanza de valores y respeto hacia cada individuo y otros compañeros. Nos indica que esta es necesaria para tener una función preventiva en términos de la violencia, el discrimen y los prejuicios que imperan en nuestra sociedad. Por ello, dicho autor visualiza que esta enseñanza debe darse desde el contexto educativo, ofreciendo experiencias dentro de la comunidad más pequeña hasta la más amplia. Quiere decir que el inicio parte de los entornos familiares hasta llegar a contextos más amplios, como la escuela y la comunidad. Además, nos plantea que la escuela debe repensar su función y tratar de enseñar a cada persona el respeto a sí mismo y a otros seres humanos. Expone, también, que los maestros que ofrezcan cursos de alfabetización emocional deben tener las destrezas necesarias en términos personales, como sentirse cómodos al hablar de los sentimientos y prepararse formalmente para impartir ese conocimiento.

Uno de los objetivos de esta sección es presentar estrategias dirigidas a desarrollar destrezas socioemocionales, promover los valores y desarrollar un autoconcepto positivo que nos permita valorarnos y respetarnos, al igual que a otras personas. Nuestro punto de partida somos nosotros mismos, seamos padres o maestros. La responsabilidad es nuestra.

Debemos establecer un ambiente de respeto, que ofrezca parámetros sobre cómo tener una estructura en el ambiente, de manera que los niños sepan las normas y cómo funciona el mundo que les rodea. Dan Gartrell (2004), en su libro The Power of Guidance, establece que debemos proveer herramientas a los niños sin crear dependencia o control del adulto. Necesitamos desarrollar destrezas de manejo democrático para buscar el bien común como base para el derecho y la dignidad del ser humano. Este autor nos propone que el maestro debe ser una guía en el salón de clases para enseñar destrezas socioemocionales e ir más allá de ser un adulto que inflige disciplina, sino que modele cómo aprender de nuestros errores y, sobre todo, manejar nuestra conducta en bienestar de nosotros mismos y los demás. Esto aplica, de igual forma, a los padres y a las familias, quienes deben reflexionar en torno a sus prácticas de crianza. Según la literatura, las prácticas que son permisivas y autoritarias tienen efectos negativos en la salud emocional de un niño.

Para comenzar, debemos plantearnos cómo vamos a crear un ambiente de respeto. Elias, Tobias y Friedlander (según citados en Vergara Panzeri y Sosa Cabrios, 2011) exponen que la relación entre padres e hijos tiene efectos en el desarrollo socioemocional. Estos afirman que debemos tratar a nuestros hijos como nos gustaría que otros nos tratasen a nosotros. Esta premisa sirve como punto de partida a Vergara y Sosa (2011) para establecer los siguientes principios básicos que describen el vínculo que debe existir con nuestros hijos:

  • Ser conscientes de nuestros propios sentimientos y los sentimientos de los demás. Es importante identificar nuestros sentimientos y ser conscientes de la repercusión que el manejo que hagamos de ellos tendrá en nuestra vida diaria y sobre otras personas. Su modelaje ayudará a desarrollar conductas adecuadas y sensibles, que respondan a las necesidades de cada ser humano. Esto requiere que modelemos a nuestros hijos o estudiantes cómo compartimos nuestros sentimientos. Cuando somos conscientes de nuestros sentimientos, podemos identificar y entender los sentimientos de otras persona, o ponernos en los “zapatos del otro”. Esto nos lleva al siguiente concepto: la empatía.
  • Mostrar empatía y comprender los puntos de vista de los demás. La empatía se relaciona con la capacidad de ponernos en la posición de otras personas y sus situaciones. Este sentimiento es necesario para el desarrollo socioemocional (también es parte de lo que se reconoce como inteligencia emocional). Si entendemos el punto de vista de otras personas, desarrollaremos una visión de solidaridad y justicia, valores necesarios para una mejor convivencia en este mundo.
  • Hacer frente a los impulsos emocionales y de conducta de forma positiva. Debemos aprender a reconocer nuestros sentimientos desde una perspectiva positiva; es decir, explorar nuestras emociones y conductas con respeto a lo que somos como personas, y manejar esos impulsos emocionales eficazmente. Nuestras experiencias de vida nos ayudarán a desarrollar una imagen positiva referente a nuestras relaciones, autoestima y los valores que los nutren y fundamentan, tales como el amor, el respeto y la valentía. Fomentamos el manejo de las emociones en los niños si los guiamos a que sientan que son capaces y pueden tomar sus propias decisiones. Podríamos responder de dos maneras ante una situación dada: positiva o negativamente. Si reaccionamos positivamente, esto nos ayudará a crecer y a manejarla de forma razonable y en armonía; por el contrario, si lo hacemos de forma negativa o violenta, resultará en detrimento de nuestra calidad como personas.
  • Plantearse objetivos positivos y trazar planes para alcanzarlos. Podemos identificar lo que somos desde una perspectiva de crecimiento personal y lo que nos fortalece. Esto supone que establezcamos metas y objetivos que vayan de la mano de experiencias positivas y tracemos planes de cómo vamos a alcanzarlos. Esta planificación requiere acción,la única forma de asegurarnos que lograremos cambios.
  • Utilizar las dotes sociales positivas a la hora de manejar las relaciones. Este último principio se refiere a nuestros talentos sociales, que también son aprendidos culturalmente de nuestras familias y los entornos comunitarios. El desarrollo de destrezas sociales es importante para la adquisición da herramientas con las cuales nos desenvolvemos en nuestras relaciones, pues vivimos en un mundo social y gregario, en donde todos tenemos que interactuar necesariamente con otras personas. Aprender a utilizar nuestros talentos y cultivar destrezas sociales nos permitirá tener un parámetro diferente a la hora de relacionarnos con otras personas.

Dentro del ambiente de respeto, debemos considerar lo que es el concepto de disciplina. Vergara Panzeri y Sosa Cabrios (2000) nos aportan una definición que es clara y cónsona con la visión que tenemos de lo esta debe ser. Nos dicen:

Disciplina significa enseñar al niño a lograr el control de sí mismo a través de la incorporación de valores y reglas en su vida para poder así interactuar responsablemente con otros, de un modo que sea mutuamente satisfactorio y predecible. (p. 40)

Esta definición nos proporciona una visión amplia que nos ayuda a entender la importancia de la disciplina y estructura dentro de las experiencias de los niños, tal que estos puedan entender de qué se trata el mundo que nos rodea. Las rutinas son parte de la disciplina y el orden necesario para el desarrollo de destrezas adecuadas, como por ejemplo: esperar turno para hablar, ofrecer ayuda a alguien que lo necesite, colaborar en las labores del hogar y de la escuela, entre otros.

Maestra y niños preparan alimentos

Hacer una comida en familia sentándonos a la mesa: Comemos en la mesa para hacer buena digestión, aprender a ayudar en la rutina de poner la mesa, conversar, compartir experiencias, esperar turno para hablar, ayudar a mamá a servir y recoger los platos, ser parte de la rutina del hogar aportando de acuerdo a la edad y sus capacidades.

Comer en familia es un ejemplo que refleja cómo se provee una disciplina y estructura en el hogar, pero también es un ejemplo de cómo contribuimos a desarrollar la autoestima en nuestros hijos. Entre los factores principales para que un niño se desarrolle emocionalmente sano se encuentran los siguientes: el sentirse y saber que es amado, tener una disciplina afectiva y positiva, desarrollar la responsabilidad y el respeto, conocer y reforzar las reglas, o normas, de juego (Vergara Panzeri y Sosa Cabrios, 2011). Realizar cualquier rutina o tarea del hogar contribuirá a desarrollar responsabilidad, respeto hacia las reglas y normas, y como estas contribuyen al bienestar familiar, entre otros aspectos.

Luego de crear un ambiente de respeto, debemos destacar la enseñanza de estrategias que fomenten el desarrollo de las destrezas socioemocionales necesarias en el mundo en que vivimos, como, por ejemplo, aquellas que permiten lidiar efectivamente en la solución de conflictos. Sobre el particular, destacaremos varios programas o lecturas que nos proporcionan ideas valiosas para manejar nuestros sentimientos.

  • Tener presencia en la vida de nuestros hijos
  • Hablarles con la verdad
  • Animarlos a que sean líderes, en vez de simplemente seguidores
  • Expresar sus sentimientos

Dargartz, 1995

Un ejemplo de ello lo podemos encontrar en el programa conocido como Resolving Conflict Creatively (Resolviendo Conflictos Creativamente), iniciado por Linda Latieri en Manhattan. Este busca desarrollar alternativas para la solución de conflictos y prevenir la violencia (Elias, Tobias & Friedlander, 2000). Aunque esta iniciativa se ofrece en el contexto escolar, es extensiva a otros contextos comunitarios, pues mientras más abarcador sea el contexto en donde la apliquemos y practiquemos, mayor repercusión tendrá en la vida de nuestros niños.

Un programa similar es el que presenta Marshall Rosenberg en su libro Non Violent Communication: A Language of Life (2015). La no violenciaes un concepto desarrollado por Rosenberg y que trata de buscar la compasión, partiendo desde un estado natural, según la perspectiva de Ghandi. Este presenta lacomunicación como fuente de transmisión, no solo de nuestros sentimientos, sino también del mundo que nos rodea. Nos plantea, además, que debemos hablar para promover una comunicación real y respetuosa, lejana a los prejuicios. Para ello, debemos observar e identificar nuestros sentimientos y necesidades, y hacer peticiones y exhortaciones que usen un lenguaje respetuoso; en otras palabras, expresar y recibir empáticamente.

  • Motivar a las personas
  • Evitar las críticas
  • Enseñar cosas positivas
  • Aceptar la diversidad
  • Promover la tolerancia

(Goleman, 2010)

 

Encontramos otro ejemplo en un programa de la Universidad de Vanderbilt titulado Center on Social and Emotional Foundation for Early Learning (Vandervilt University, s.f.). Este enfoquepromueve el desarrollo socioemocional de los niños desde su nacimiento hasta los cinco años y los prepara para ir a la escuela. El programa ofrece adiestramientos para maestros y ha desarrollado módulos, videos y libros de cuentos.

Además, existe otro programa que trabaja con el desarrollo de destrezas socioemocionales, cuyo objetivo es preparar a los niños en la adquisición de destrezas prosociales. Desarrollado por Arnold Golstein y Ellen Mcginnis a partir de investigaciones, este destaca destrezas a trabajar en tres niveles: preescolar, primaria y adolescencia. La serie, titulada Skillstreaming, enfoca el desarrollo de destrezas prosociales necesarias para la sana convivencia, tanto en el escenario escolar como en el familiar. (http://www.skillstreaming.com/).

Para hacer

Acostumbre a hablar en el auto o en su casa cuando esté toda la familia reunida. Ofrezca un turno a cada persona para que pueda contar cómo fue su día y comparta cualquier aspecto que quiera expresar. Al principio, modele la conversación, ofrezca detalles de aspectos tales como: con qué personas compartió durante el día, qué actividades realizó, cómo se sintió. Invítelos a hacer algún comentario sobre su relato o hacer alguna pregunta. Asegúrese que todos tienen un turno y que escuchen lo que cada uno tiene que decir.

En el contexto escolar, dedique un tiempo en asamblea para que cada niño diga algo sobre lo que hizo durante el fin de semana. Haga preguntas y muestre interés, haga comentarios al respecto. Esto facilitará que los niños se involucren y presten atención a lo que sus compañeros quieren compartir.

Más ideas para realizar

Una caja llena de abrazos – Se puede usar una caja de tarjetas o de zapatos. La idea es que pueda llenarla con mensajes para recibir algún tipo de abrazo. Los mensajes se escriben y se echan en la caja. Cada día, el niño tiene que tomar un mensaje nuevo. Dependiendo de lo que esté escrito, así serán las instrucciones para el tipo de abrazo que tiene que dar ese día. Pueden ser:

  • Abrazo de mamá
  • Abrazo de papá
  • Abrazo de un hermano o hermana
  • Abrazo de un niño o niña
  • Abrazo bocadillo (dos personas dan el abrazo)
  • Abrazo de bocadillo especial (el que saca el papel se queda en el medio y todos los demás se reúnen a darle abrazos a él)
  • Un abrazo y un golpe de cadera
  • Un abrazo y tararear una canción
  • Un abrazo y un himno
  • Un abrazo y una oración
  • Un abrazo y chocar las manos

Tomado de: Elias, Tobias y Friedlander, 2000, pp. 72-73.

IDEAS
¿Qué?
ACTIVIDAD
¿Qué hago?
ACCIÓN
¿Cómo hacerlo?
Conversar con los niños Converse con los niños sobre diferentes situaciones. Haga preguntas y solicite que le dé su opinión.A la hora de dormir, cuando vaya a la cama, aproveche para hablar. Use preguntas abiertas que no se contestan con sí o no.
Promover los valores Halague a su hijo o estudiante cuando muestra un valor; por ejemplo, ayudar a los demás. Me gusta cuando ayudas a tu hermano a recoger y muestras que tienes buenos sentimientos al querer ayudar.
Resolver los problemas Consulte o pregunte al niño sobre una situación particular y cómo lo resolvería o qué alternativa se le ocurre. A los más pequeños, provea dos alternativas para que tomen una decisión. Eso le permitirá desarrollar la destreza de tomar decisiones. Ofrezca dos opciones; por ejemplo, dos ropas para una ocasión especial. La decisión es del niño, pero a la vez le está enseñando qué es lo apropiado para vestir en esa ocasión especial.
Ayudar a su hijo a establecer relaciones duraderas y de amistad reconociendo cual es el comportamiento adecuado para ello, ¿cómo hacerlo? EJEMPLOSMantengo lo que prometí a las personas.Conozco a mis amigos, lo que les gusta y lo que no les gusta.Escucho cuando los demás me hablan. Hablo cuando la persona termina de hablar.

Puedo cambiar mis planes para ayudar a mis amigos.

Hable en voz alta, modele la forma en que le hablamos a nuestros amigos o seres queridos; reconozca sus sentimientos y por qué es importante cuidar las relaciones.
Manejar situaciones difíciles Dramatizar alguna situación difícil o que haya ocasionado dificultad. Represente las formas en que puede responder a esa situación, las ventajas y desventajas. Converse y diga la frase: “¿Cómo te sentirías si…?”
Comentar sobre situaciones, problemas o asuntos que han generado molestias o contrariedades. Converse sin generalizar, ni usar el término “siempre”. Aproveche para hacer las paces si es que han discutido o peleado. Un beso, un abrazo, usar la expresión “perdón por…”
Pasar tiempo juntos Cualquier actividad placentera que sea del disfrute de todos o tomar turnos para complacer a todos. Jugar juegos de mesa, realizar excursiones, hacer dígalo con mímica, noche de cine en la casa. Crear tradiciones familiares. Es importante escuchar los gustos y preferencias para poder realizar actividades del gusto de todos.
Leer juntos un cuento Hacer lectura de cuentos que promuevan las destrezas socio-emocionales, los valores, la autoestima y responsabilidad. Se establece una comunicación y unión a través de la lectura compartida. Vea algunas sugerencias de cuentos a continuación.
 Adivina cuánto te quiero  Abrazos  Vamos a cazar un oso
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El adulto es el modelo a seguir desde el inicio; luego, se incorporan los hermanos, primos, amigos o personas que están a nuestro alrededor. Según los niños vean de nuestras acciones, así aprenderán, no con palabras, sino con hechos. De acuerdo con Broffenbrenner (1979) en su teoría ecológica, los niños reciben influencias de los distintos sistemas que aportan a su proceso de aprendizaje. Asimismo, se resalta la importancia de los contextos sociales, comenzando con las familias y las interacciones entre sus miembros como punto de partida para su desarrollo e interacción con el mundo que les rodea. Como resultado de esas interacciones y modelaje en el contexto social inmediato, a veces los niños no pueden establecer buenas relaciones por diversas razones: no saben cómo hacerlo, tal vez no son como los demás, se sienten que no sirven, que la culpa es de otras personas, o no entienden la posición de otras personas. Esa dificultad también puede deberse a que no saben qué decir por timidez, no saben cómo responder o interactuar. Por lo tanto, es nuestra responsabilidad hablar con ellos y ayudarlos a identificar y expresar sus sentimientos. El modelaje es importante para que comprendan que nadie es perfecto, que parte de nuestra humanidad es aprender las formas en que podemos relacionarnos de manera más adecuada. Esto redundará en una mejor autoestima y mayor seguridad.

Nuestros sentimientos son como nuestras “huellas dactilares”, concepto que identifican Elias, Tobias y Friedlander (2000)como las formas en las que reaccionamos a situaciones, partiendo de nuestras experiencias; por ejemplo, como cuando estamos molestos e incómodos por algo en particular. Se reconoce que cada persona tiene una reacción distinta (analogía que se establece con las “huellas dactilares” sobre quiénes somos). Así que es importante aprender a reconocerlas y saber cómo vamos a manejar nuestros sentimientos. Los sentimientos no son buenos ni malos, simplemente son sentimientos; lo importante es saberlos manejar.

Practique cómo elogiar a su niño o niña

Solicite a sus hijos que se ayuden mutuamente y luego les comenta:

“Me gusta la forma en que se han ayudado uno al otro.
Gracias por llevar los platos al fregadero con tanto cuidado.”

Los elogios se estropean cuando les añadimos “pero” y “porque”; no los utilice, sino en otro contexto.

Tomado de: Elias, Tobias & Friedlander, 2000.

Se recomienda que las familias y los maestros separen tiempo para hacer acercamientos, uno a uno, entre los diferentes miembros de la familia y también con cada estudiante del salón (dependiendo de la situación). Esto nos garantizará que construiremos un tiempo necesario para crear lazos en nuestras relaciones de familia y escuela. Según se ha establecido en este texto, el punto de partida de nuestra autoestima y destrezas socioemocionales provienen de nuestras experiencias en la familia (Covey, 2000). De igual modo, muestre flexibilidad y sea creativo al adaptar las normas que se establezcan, ya sea en la escuela o en el hogar. Tome en cuenta los principios del desarrollo, la individualidad y personalidad de cada ser humano. Al disciplinar, enseñe, use elogios y establezca prioridades en lo que quiere desarrollar en los niños. Recuerde: disciplinar no es castigar.

Principios de inteligencia emocional (Coleman, 2010)
  • Sea consciente de sus propios sentimientos y los de los demás.
  • Muestre empatía y comprenda los puntos de vista de los demás.
  • Enfrente los impulsos emocionales de forma positiva y regúlelos.
  • Haga planes con objetivos positivos.
  • Relaciónese con las personas utilizando los dones emocionales quetienen.

Para enseña estos principios, se recomienda que tenga
paciencia y sea perseverante.

Finalmente, recalcamos que nuestro punto de partida es el individuo y su familia, las experiencias que ha tenido y la manera en que se relaciona con los demás. Por ello, es importante estar unidos como familia —indistintamente del tipo de familia— y crear lazos que ayuden a los niños a sentirse amados, respaldados, seguros y valorados. Con esto afianzamos la autoestima, el valor de sí mismos y de las personas que les rodean y fomentamos las destrezas socioemocionales que les capacitarán para manejar su entorno.

casita

Haga una caja como si fuera un banco e inserte una ranura por donde echar las hojas de depósito en ese banco. El nombre de la sucursal puede ser el nombre de la familia, incluso el de la escuela o salón. La idea es que establezca una comparación entre el banco y su hogar, y en lugar de hacer retiros, se hacen depósitos a una cuenta. En las hojas de depósito, nombre o describa lo que alguno de los miembros de esa familia esté haciendo por otra persona y cómo se lo agradece. Una vez a la semana verifiquen la caja y traten de discutir aquellos aspectos que aprecian de algún miembro de la familia. Esto permitirá tener mayor conciencia.

Tomado de: Covey, 2007.

Niñas en señall de triunfo

Referencias

  • Bronffenbrenner, U. (1979). The ecology of human development: experiments by nature and design. Massachusset: Harvard University Press.
  • Covey, S. (2007). Los siete hábitos de las familias altamente efectivas. México: Golden Books Publishing, Ramdom House.
  • Dargatz, J. (1995). 52 maneras de ayudar a tus hijos a vencer el miedo. Nashville, Tennesee: Editorial Caribe.
  • Gartrell, D. (2004). The power of guidance: Teaching social-emotional skills in early childhood classrooms. Canada: Thomson/Delmar Learning.
  • Goleman, D. (2010). Inteligencia emocional (7ma. ed.). Barcelona, España: Editorial Kairos.
  • Rosenberg, M. (2015). Nonviolent communication: A language of life (3ra. ed.). California: Puddle Dancer Press.
  • Vanderbilt University. (s.f.) Center on Social and Emotional Foundation for Early Learning. Recuperado el 10 de mayo de 2016 en http://csefel.vanderbilt.edu. Materiales en español disponibles en: http://csefel.vanderbilt.edu/resources/espanol.html
  • Vergara Panzeri, M. & Sosa Cabrios, M. (2011). Educación emocional: Una tarea compartida. Propuestas para padres y docentes. Buenos Aires, Argentina: Nueva Librería.